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Por Josquín Artiles ()
Santa Clara.- Las nuevas circunstancias me han obligado a incorporar nuevas manías a las ya excesivas que cargo, debido a ciertos rasgos de Trastorno Obsesivo Compulsivo.
Una vez terminada la cena, a media luz, comienzan las hostilidades. Automáticamente salgo al patio de servicio y lleno un recipiente para fregar, como en el Escambray de los setenta.
Una vez terminada la tarea, nos miramos fijamente. Uno le dice al otro: «¿Qué hacemos ahora?» A lo que te la otro le responde: «Acostarnos. ¿Qué otra cosa podemos hacer?» Es como decir el lema, como hacernos los sorprendidos. Y nos tiramos como en el Escambray de los setenta.
Noto la palidez del bombillo recargable y, previendo, recojo la linterna recargable que pasa al círculo de espera. Nos acostamos a reposar la comida y a protestar por estar como en el Escambray de los setenta.
Dos lámparas recargables apagadas después decidimos dormir. Abro unas persianas y cierro otras, cálculo la dirección del viento y la concentración de los insectos, verifico la posición de apagado de los interruptores y caigo a la espera del sueño como en el Escambray de los setenta.
Los bichos me pican, yo los pico a ellos, me levanto, me acuesto, me rasco, orino, me cago…en la madre del que distribuye los apagones de forma tal que me tiene hace casi un año sin luz, ni agua fría, ni ventilador, ni televisor, ni esperanza, como en el Escambray de los setenta.
Me gustaban más aquellas manías de mi Trastorno Obsesivo Compulsivo, que ya practicaba en mis visitas al Escambray de los años setenta, de contar los carneros, calcular cuánto demoraba una nube baja en atravesar una montaña, cuántas pisadas daba un caballo en unos diez metros de camino…Entonces mis primos pensaban que era loco. ¡Si me vieran hoy!