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Por Odalis Falcón ()
Quito.- Hablemos de cubanía, pero no de esos rasgos complacientes en los que tanto se insiste, sino de nuestras miserias humanas, esas taras atávicas que solemos (des)cubrir con el choteo, que no es más que la forma que adopta nuestra indisposición para las creencias profundas, para las convicciones que excedan todo lo que no sea un pecado carnal.
Una de las más recalcitrantes es la del brete. Nuestra vocación —qué refinada: ¡es una compulsión!— para el brete es proverbial.
Por citar unos pocos ejemplos: el brete es el que nos ha impuesto a Espejo de paciencia (y yo me cuento entre las que creen que se trata de una falsificación: “perdido” durante dos siglos, y ni siquiera enterrado u oculto en una cueva como los Manuscritos del mar Muerto, sino olvidado en una biblioteca, ¡a otra con ese cuento!.
Y, sí, el título parece excelente, pero es copiado de la letanía de San José: “speculum patientaie”, el modelo de nuestro brete; si no me creen, leánla detenidamente: consagra hasta los tarros), ese brete encumbrado, como obra fundacional; el brete fue lo que frustró no una vez sino dos y por poco tres nuestra independencia de España; el brete fue lo que signó toda nuestra brevísima vida republicana; el brete es lo que ha privilegiado la Revolución como mecanismo de control —qué son el PCC, la UJC, los CDR, la FMC, la CTC, las organizaciones de pioneros y en general todas las organizaciones de masas y todos los organismos estatales inventados por la Revolución si no la institucionalización del brete— y como discurso, credo e ideología —léase todo lo que ha incitado la envidia, el chisme, el traspié, la delación y otras vilezas.
El brete es lo que ha inflado e infla ahora mismo a la disidencia, y finalmente brete es lo que mamamos, brete es lo que comemos, brete es lo que respiramos, brete es lo que exhalamos, brete es lo que sudamos y brete es lo que cagamos. Porque brete es lo que somos. Brete, puro brete.