
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Redacción Nacional
La Habana.- Cuba no tiene docentes para empezar el curso escolar. Sin embargo, Bahamas alista el regreso de más de un centenar de profesores cubanos a las aulas. Esto ocurre bajo un nuevo esquema de contratación que intenta suavizar las tensiones diplomáticas entre Nasáu y Washington.
El anuncio, realizado por la directora de Educación, Dominique McCartney-Russell, refleja la dependencia que tienen ciertos países del Caribe de la exportación de servicios profesionales promovida por La Habana. Lo paradójico es que esta “cooperación” se ha sostenido a costa de un sistema que controla férreamente el destino y las ganancias de sus trabajadores. Los convierte en engranajes de la maquinaria de la dictadura.
El gobierno cubano insiste en presentar estas misiones como un gesto solidario. En realidad, constituyen una de las principales fuentes de divisas para el régimen. El discurso oficial habla de apoyo y hermandad, pero la realidad es otra. Hay salarios retenidos, contratos opacos y un férreo control sobre los docentes y médicos. Terminan siendo piezas en un juego político donde el Estado se erige como único beneficiario. El propio señalamiento de Estados Unidos sobre la “explotación laboral” no es un invento retórico. Es la constatación de un mecanismo de enriquecimiento a costa de los derechos de los trabajadores.
El caso de Bahamas no es aislado. Desde hace décadas, Cuba exporta mano de obra altamente calificada a distintos países bajo el disfraz de la cooperación internacional. En los papeles, los gobiernos anfitriones pagan por el servicio. Sin embargo, en la práctica, la mayor parte de ese dinero engorda las arcas del Partido Comunista, mientras los profesionales reciben migajas. La dictadura, que no ha sido capaz de garantizar salarios dignos ni condiciones de trabajo dentro de la isla, encuentra en este modelo su «salvavidas económico».
Que Bahamas celebre la llegada de estos maestros refleja la precariedad de su propio sistema educativo. Además, muestra el cinismo con el que Cuba se aprovecha de las carencias ajenas. Lo que para McCartney-Russell es “crucial” para la educación de los niños bahameños, para el régimen es simplemente otra vía de supervivencia política. Mientras tanto, los docentes siguen atrapados en un contrato que los aleja de sus familias. Además, hay la amenaza latente de represalias si deciden abandonar la misión.
La dictadura cubana no exporta solidaridad, exporta control. Tras cada maestro que viaja a Nassau, y tras cada médico enviado a una misión en Caracas o en La Paz, hay un engranaje de vigilancia y chantaje que garantiza la fidelidad al régimen. Así, bajo el barniz de la cooperación, lo que se esconde es el mismo rostro autoritario de siempre. Es un gobierno que ha convertido la educación y la salud en mercancías de exportación. Mientras tanto, dentro de Cuba las aulas se vacían y los hospitales colapsan.