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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)
Houston.- Más allá de sus crímenes políticos, el lado íntimo de Mao Zedong revela un perfil marcado por la inmoralidad, la manipulación y un comportamiento personal profundamente cuestionable, sustentado en hechos y testimonios históricos de alta credibilidad.
Una de las fuentes más sólidas para conocer esta dimensión oculta es el trabajo de Jung Chang y Jon Halliday, autores del libro Mao: La Historia Desconocida, donde documentan múltiples episodios que exponen a Mao como un hombre con un comportamiento sexual depredador y una actitud dominadora hacia las mujeres.
Según estos testimonios, Mao mantenía relaciones con jóvenes mucho menores que él, algunas incluso adolescentes, seleccionadas por sus asistentes para ser parte de su entorno íntimo en Zhongnanhai. La dinámica era siempre la misma: poder absoluto, sumisión y ausencia total de reciprocidad afectiva.
A estas evidencias se suma el testimonio directo de Li Zhisui, su médico personal durante dos décadas, en la obra La vida privada del presidente Mao. Li describe con claridad cómo Mao utilizaba sus privilegios para obtener mujeres jóvenes, sin importar el costo emocional o personal que ello implicara para ellas.
Habla también de su higiene deplorable, su despreocupación total por contagiar enfermedades venéreas y su convicción de que tener múltiples relaciones fortalecía su virilidad. Este comportamiento sexual compulsivo reflejaba un deseo de dominación antes que cualquier forma de intimidad auténtica.
A estos relatos se suma un tercer testimonio clave: el de Chen Jian, historiador y experto en la Revolución Cultural, quien ha estudiado cartas, memorias y documentos internos del Partido Comunista.
Chen señala que numerosos registros describen la forma en que Mao humillaba a las mujeres cercanas, incluso a algunas militantes fervorosas que lo admiraban.
En reuniones privadas, Mao disfrutaba doblegando emocionalmente a quienes lo rodeaban, sometiéndolas a críticas brutales o a exigencias que rozaban el abuso psicológico. Estos registros, aunque menos sensacionalistas que los testimonios directos, confirman un patrón claro: Mao usaba el poder para quebrar la dignidad ajena, como mecanismo de control emocional y político.
La conducta hacia sus esposas confirma esta bajeza moral. Yang Kaihui, su segunda esposa, murió fusilada por permanecer leal a él, pero Mao no movió un dedo para salvarla. Su relación posterior con Jiang Qing fue fría, instrumental y marcada por manipulaciones recíprocas, sin afecto ni respeto. Pero incluso dentro de esta unión tóxica, Mao mantuvo una red paralela de relaciones con jóvenes reclutadas, muchas de ellas deslumbradas por la propaganda o temerosas de rechazarlo.
Los testimonios coinciden en un elemento central: Mao veía a las personas, especialmente a las mujeres, como instrumentos para su placer o para su proyecto político. No reconocía límites morales, ni leyes humanas, ni dignidad ajena. Era un hombre dominado por impulsos egoístas, una personalidad narcisista y devorada por la sensación de impunidad absoluta. Su vida íntima no fue un detalle irrelevante, sino un reflejo directo de la crueldad que luego derramó sobre toda China.
Esta dimensión personal del líder chino, sustentada en fuentes verificables, revela la profundidad de su deformación moral.
Mao fue un tirano en dos planos: en el político, destruyendo economías y vidas; y en el íntimo, utilizando su poder para someter, humillar y abusar. Su legado, visto desde esta perspectiva, es el de un hombre cuyo espíritu enfermo dejó cicatrices tanto en la nación como en quienes debieron convivir con él. Era, en fin, un comunista más, qué esperar de tipejos como este .