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Manzanillo: La protesta por la luz que el régimen apagó con represión

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Por Elier Vicet ()

Bayamo.- Bajo el sol inclemente de Manzanillo, una ciudad que hierve de indignación, se ha escrito otro capítulo de la lucha desigual entre el pueblo cubano y la maquinaria opresora que lo gobierna. Lo que comenzó como una protesta legítima por la luz, por el alimento que se pudre en neveras mudas, por la dignidad más elemental, ha culminado con la única respuesta que conoce el régimen: la fuerza bruta de un operativo policial. No es un corte de luz más, es el oscurecimiento premeditado de una vida decente.

Durante dos días, las calles de La Colonia vibraron con la voz de un pueblo hastiado. No protestaban contra un fenómeno meteorológico, sino contra una corrupción metódica y descarada. Se enfrentaron a los burócratas de la Unión Eléctrica, cuyos rostros de desafío y prepotencia son el verdadero símbolo de este sistema. Abandonaron el lugar, como siempre, sin dar respuestas, creyendo que el silencio y la arrogancia pueden acallar el rugido de un estómago vacío y de una paciencia agotada.

Las denuncias de los vecinos pintan un cuadro de miseria moral aún más profunda que la material. La electricidad, sangre de la vida moderna, se ha convertido en moneda de cambio para una red de negocios ilegales y sobornos. Mientras familias entierran sus alimentos echados a perder, linieros y funcionarios enriquecen sus bolsillos, priorizando discotecas y panaderías clandestinas a cambio de sumas que superan años de salario de un médico. Esta es la verdadera “obra de la Revolución”: un apartheid energético que privilegia al que puede pagar y castiga al que solo puede sufrir.

La ley del miedo

El costo humano de esta podredumbre institucional se mide en enfermedades y desesperación. Más de veinte días en la oscuridad no son una simple molestia; son una condena. El Chicungunya se propaga, los enfermos postrados se agravan en el calor asfixiante, y la respuesta oficial es la indolencia personificada en una funcionaria con uñas de acrílico que huye de las cámaras. Sus uñas, un lujo obsceno en medio de tanta precariedad, son el epitafio de la empatía en este sistema.

Frente a esta explosión de dolor colectivo, el régimen no envió técnicos, no mandó soluciones; desplegó uniformes y porras. El operativo policial de hoy no es para proteger a los ciudadanos; es para proteger a los corruptos. Su objetivo es claro: amedrentar, silenciar y recordarles a los de Manzanillo, y a todos los cubanos, que el precio de exigir un derecho básico es la represión. Es la ley del miedo sobre la ley de la razón.

Manzanillo no es un caso aislado. Es el síntoma de un país entero que se desangra por las mismas heridas: la corrupción estatal, la incompetencia deliberada y la respuesta represiva ante cualquier demanda de justicia. Mientras la élite disfruta de sus circuitos prioritarios, el pueblo se queda a oscuras, no solo de electricidad, sino de futuro. Hoy, en las calles de Granma, Cuba ha vuelto a gritar. Y el poder, una vez más, ha respondido con sordera y con fuerza. La historia, sin embargo, jamás absuelve a los que apagan la luz de un pueblo.

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