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Mafias disfrazadas de gobierno

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Si alguien tenía dudas de hacia dónde apunta la brújula política del castrismo, basta con mirar las imágenes del último show montado en el Palacio de la Revolución. Allí, entre sonrisas cómplices y apretones de manos, Miguel Díaz-Canel recibió al jefe del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, Serguey Naryskin.

Sí, leyó bien: el jefe de los espías rusos. Porque en Cuba ya ni disimulan. El descaro les cabe en un vaso de ron barato.

“Es un placer recibirte aquí, junto a la delegación que te acompaña”, dijo Díaz-Canel, con la misma frescura con la que le dice al pueblo que en Julio el tema de la corriente mejorará. A Naryskin lo recibieron como a un rey. Porque claro, cuando el invitado es un dictador, un espía o un represor, en Cuba le ponen alfombra roja. Lo demás -el hambre, los apagones y la falta de medicamentos- puede esperar.

El cinismo del discurso es de antología. Hablaron del 80 aniversario de la Gran Guerra Patria, de desmontar la propaganda occidental, de la eterna hermandad ruso-cubana y, cómo no, de agradecerle a Moscú por su “apoyo incondicional” en la lucha contra el bloqueo y la lista de países que apoyan el terrorismo. Todo muy poético… mientras los cubanos hacen cola para comprar dos libras de arroz o vender hasta el alma por un litro de aceite.

La foto es un poema: Canel, flanqueado por el ministro del Interior, Lázaro Alberto Álvarez Casas, y otros altos jefes de la Seguridad del Estado. El mismo aparato represor que encarcela, golpea, desaparece y mata a los cubanos que se atreven a pedir libertad. Ahí estaban todos, aplaudiendo al jefe de los espías de una potencia extranjera, como si la soberanía nacional fuera un cuento de hadas escrito para un público que ya no cree ni en los Reyes Magos.

Todo seguirá igual

Este encuentro no es casual ni simbólico. Es una declaración de principios: la dictadura cubana se abraza con una de las peores del planeta. Lo hizo con la KGB en los años de la URSS, lo hace ahora con Putin y sus secuaces. Son lo mismo: mafias disfrazadas de gobiernos. Y mientras ellos sellan acuerdos de inteligencia y represión, el pueblo cubano sigue condenado a vivir en una cárcel sin barrotes, pero con hambre, miedo y miseria.

Que no vengan después con el cuento de la soberanía, la autodeterminación o la dignidad. Aquí lo que hay es una dictadura vendida a otra dictadura. Y si el castrismo sobrevive hoy, es gracias a esos padrinos que le prestan asesoría para seguir reprimiendo a su propio pueblo.

Esto no es un encuentro diplomático. Esto es, simple y llanamente, la foto oficial del crimen organizado internacional.

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