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Por Sayli Alba Alvarez ()
Sancti Spíritus.- Cada familia tiene sus viejos y es una bendición tenerlos y suerte. En mi familia cercana ya no quedan viejos, es decir ya no tengo abuelos. Tuve la suerte tener cinco abuelos y de que los cinco me quisieran mucho.
Por parte de padre tuve abuela y abuelo, y por parte de madre tuve abuela y dos abuelos.
Mis abuelas tuvieron una mala vida. Eran mujeres de campo que parieron seis hijos cada una. Lavaban en bateas de concreto a mano, cantidades de ropa y planchaban con unas planchas que se calentaba en el fogón porque mi abuela materna murió sin que llegase la electricidad al campo.
Mi abuela por parte de madre perdió la memoria y repetía que estaba aburrida y llamaba a una tal María que no supimos nunca quien era.
Una vez estando en casa de mi mamá pidió que la llevaran para su casa y al otro día cuando ya la máquina estaba en la puerta de la casa, dijo que para ese campo ella no regresaba.
Mi otra abuela planchaba pago y vivía en una casita estrecha cerca de la línea.
De niña me sentaba en el quicio a ver pasar los trenes y me preguntaba a dónde irían tantas personas. Mi abuela hacía café y dulces. Los dulces más ricos del mundo.
A veces paso por esa casa que ya no pertenece a la familia y mi corazón late duro, aunque no me atrevería a entrar ahí. Yo no le haría eso a mi corazón. Sería muy fuerte porque yo me crié ahí.
Mis abuelos paternos eran jugadores y los recuerdo de manera especial a cada uno, aunque el rostro de mi abuelo paterno se me confunde con el de mi padre y he visto pocas fotos de él.
Mi abuelo por parte de madre siempre se estaba riendo. Era analfabeto. Los brigadistas fueron a alfabetizarlo y no quiso aprender, entonces le dejaron el farol chino de regalo.
Mi abuelo daba unos besos raros, sólo ponía la cara para que uno lo besara y repetía mucho ¡Ave María chico! Recuerdo una vez que hizo un pozo y me bajaron sentada en una tabla amarrada con dos sogas y luego mi abuelo quería que todo el que pasara por el camino real tomara agua de sus manantiales.
Mi abuelo y mi abuela se divorciaron el año en que yo nací y dividieron la finca y mi abuela se casó otra vez con un hombre que quise mucho mucho. Era extremadamente cariñoso. Me montaba en su caballo, me buscaba frutas. Me hacía cuentos y me exigía con cariño que yo dijera que él era a quien más yo quería.
A este abuelo le gustaba la música campesina y los poetas y tuve la oportunidad de llevarlo a muchas fiestas y canturías.
Recuerdo que cuando era niña y había ciclones se reunían en la misma casa mis dos abuelos con sus nuevas parejas. Igual cuando mataban puercos. Luego cuando mi abuela murió el que fue su último esposo nos visitaba. Venía con sus jabas de mango y plátano y salía en las mañanas a saludar a sus familiares y a un amigo médico que era su orgullo.
A mis padres le encantaba que fuera y le ponían cosas en la televisión y le escuchaban los mismos cuentos siempre y se reían como si fueran nuevos.
Sentí mucho su partida como la de mi abuelo de sangre. Los viejos sólo tienen enseñanzas y sabiduría y debe retribuírseles todo lo que han dado.
De pronto nosotros somos los viejos de la familia, sin darnos cuenta ha pasado el tiempo.