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Por Héctor Miranda ()
Moscú.- No me gustan los vendedores de humo. Soy enemigo de esos que te dan vueltas para hablarte con claridad y decirte las cosas como son. Prefiero el que viene y me dice a la cara que las canas me quedan horribles, o que dentro de unos años tendré unas arrugas enormes, incluso que si no bajo al menos a 90 kilogramos en algún momento comenzaré a padecer de las rodillas.
Tampoco me agrada ese que cada fin de año promete uno nuevo mucho mejor. No sé cuántas veces he escuchado que 2018 va a ser mejor. O que 2019, 2020, incluso que en verano no habrá apagones, que todo será cuestión de tiempo, y luego, cuando sucede todo lo contrario, se hala para atrás y dice que el enemigo externo -entendido como bloqueo- es el culpable de que no se hayan podido conseguir las metas.
Me cansan esos discursos aburridos e incoherentes, cargados de alabanzas a un pasado que tampoco fue mejor, con la intención de sembrar una ilusión que ni el mismo orador, casi siempre impreciso, se cree.
Y justo después de muchos años de promesas -me refiero solo a las del actual gobierno, al gobierno aparente- de bonanzas futuras, viene ahora el primer ministro y alarga los plazos. Ya no se trata de que estaremos bien en 2025, de que en el verano próximo no habrá apagones, sino de que en cinco años, allá por 2030, habremos mejorado.
Así me gusta. Es bueno eso de que alguien te extienda los plazos, que los alargue, para que uno, que no deja de ser un soñador, no se preocupe por la inminencia del cambio de mal a bien, y siga pensando que puede ir a peor, aunque estoy seguro de que cuando se esté acercando ese plazo que se puso el premier, dirá que es necesario otro, tal vez más largo.
Y mientras, seguirá la escasez de todo: transporte, ambulancias, carros de muerto, alimentos, medicinas, maestros, médicos especialistas, material quirúrgico, combustible, materiales de construcción, y dinero, sobre todo dinero, para comprar en los lugares donde hay, esas cosas que todos venden extremadamente caras, sobre todo el gobierno, el primer responsable de los precios inflados.
Cinco años dijo el hombre, como si la vida tuviera centenares de lustros y se pudiera desaprovechar uno para luego vivir los otros en paz, armonía, trabajo, sin colas, con salud, sin apagones ni mosquitos, dando algún viaje a una playa o pasando un fin de semana en un hotel.
Por cierto, para los que se creyeron el discurso del primer ministro -porque siempre aparecemos los tontos que asimilamos lo que nos dicen- vale recordar que ya fueron publicadas las estadísticas oficiales de las inversiones en el primer semestre de 2024 y el 40 por ciento del monto está vinculado al turismo, a hoteles y restaurantes, en un país donde no hay qué comer.
Para la parte agropecuaria, que es lo que tienen que reactivar de verdad los gobernantes, solo destinaron el 2.5 por ciento de las inversiones, 15 veces menos que lo asignado al turismo, la actividad que dirigía el hombre que ahora promete bonanza para dentro de cinco años.
En cinco años la población cubana habrá disminuido aún más. Tal vez tanto como algunos ciegos de arriba no puedan ver. En cinco años, en medio de virus, escasez, hambruna, limitaciones infinitas, controles, censura, persecuciones, falta de medicinas y estrés, puede quedar, tal vez, la mitad de la población que hay ahora. Y no digo menos porque no hay un país que abra de verdad las puertas a los cubanos, porque si eso ocurre, aunque sea para el Sahara, no quedará nadie en Cuba.
Cinco años es mucho tiempo, sobre todo para quienes viven el momento más difícil de la historia de un país, tal vez desde la llamada reconcentración de Weyler -el general español que fue capitán general- aunque un amigo asegura que podría ser más atrás, justo desde que llegó Colón.
(Y ya sé que alguno vendrá a decirme, tal vez por interno, que yo estoy fuera. Sí, estoy fuera, pero toda mi gente -o la inmensa mayoría de ella- está allí, y duerme sin corriente, a expensas de los mosquitos, en colas enormes, pasando un trabajo sin fin. Y en ellos pienso, sobre todo)