Por Joel Fonte
La Habana.- Desde la antigüedad, con la existencia de los imperios y los primeros dictadores -Julio Cesar, Atila, Gengis Khan, Cleopatra…- hasta la historia contemporánea y los regímenes totalitarios liderados por déspotas como Mao Zedong, Adolf Hitler, Pol Pot, Kim IL Sung, o Josef Stalin, el denominador común de tales individuos no ha sido la inteligencia -que muchas veces se confunde con la astucia y que varía de un personaje a otro- , sino la violencia como método para alcanzar y mantener luego el Poder.
El lenguaje de la fuerza, de la agresividad, subyace detrás del gran orador o del mediocre comunicador, cuando se trata de aplastar a las masas que le suponen un riesgo a su predominio.
Y pensaba en eso escuchando unas horas atrás al criminal número dos de la dictadura chavista: Diosdado Cabello.
Este siniestro personaje, cuya crueldad asusta al propio Nicolas Maduro, en uno de sus amenazadores discursos, haciendo explícito el control que tiene el chavismo sobre todos los poderes del Estado venezolano, y en especial sobre el poder judicial, gritó groseramente en referencia a los líderes de la oposición política del país, especialmente aludiendo a María Corina Machado, que «los vamos a joder»…; léase, «los vamos a abusar, hasta a matar si hace falta…».
Pero, ¿de dónde este monstruo heredó esa violencia, dónde aprendió ese desprecio hacia la vida humana, hacia las leyes?
Él, y todos ellos, se graduaron de asesinos en La Habana, en las montañas de la Sierra del Rosario, en las casas de protocolo del Consejo de Estado cubano en Siboney, en Miramar, y todos ellos son discípulos de Fidel Castro y de su hermano.
A todos se les implantó una máxima como método de hacer «política»: el empleo de la fuerza, de la mentira, de la más radical crueldad.
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