Por Padre Alberto Reyes
(A propósito del Viernes Santo… Evangelio: Juan 18, 1-19.42)
Camaguey.- Hay personas que han recibido un halago que es a la vez una advertencia: Eres un ser de luz.
Tengo en mi subconsciente haber leído un texto de García Márquez que me voy a inventar en su expresión pero cuya idea era el primer encuentro entre dos personas, e iba más o menos así: «Nada más conocerlo, se dio cuenta que era alguien bueno, amable, servicial, especial en fin, lo odió».
La luz siempre será un faro indicador del bien, de la verdad, de la justicia y precisamente por eso, será acogida y bendecida por unos, y aborrecida por otros, y junto a la luz, se amará o se aborrecerá a su portador. Por eso, optar por la luz es optar por la cruz.
Y Jesús proyecta demasiada luz.
Proyecta luz sobre el rostro de Dios, un Dios que es presentado como Padre y amigo, que mira con ternura tanto a quien lo escucha como a quien lo rechaza, que “hace salir el sol sobre justos e injustos”. Un Dios que odia al pecado pero ama al pecador, que no inspira miedo sino misericordia. Un Dios que envió a su Hijo al mundo no para juzgarlo sino para salvarlo.
Proyecta luz sobre la falsa religión, esa religión que se reduce a prácticas exteriores, que honra con los labios pero mantiene el corazón lejos de Dios, esa religión que es rica en ritos pero que se mantiene insensible a la necesidad ajena, que es dura e inmisericorde, que excluye y maltrata.
Proyecta luz sobre el hombre, cuyo ideal, para Jesús, no es el que domina sino el que sirve, no es el que se centra en su propio interés sino el que es capaz de sacrificarse por los demás, no es el que busca el honor y la gloria de este mundo sino pasar por este mundo haciendo el bien.
Proyecta luz sobre la sociedad, que fracasa cuando acepta como ideales las propuestas con las que él mismo fue tentado: el poder, el tener, el aparecer; que se autodestruye en un afán competitivo donde hay que sobresalir a toda costa, que desprecia y desecha al necesitado y al vulnerable.
Sí, demasiada luz, para su tiempo y también para el nuestro.
¿Hubiera podido Jesús evitar su muerte? Ciertamente sí, pero al precio de apagar la luz que había encendido, al precio de adecuarse a la mentalidad de este mundo, resignándose al triunfo del mal y abandonando para siempre a la humanidad en manos del «príncipe de este mundo».
Si hubiera renunciado a la luz, no habría terminado en la cruz.
Pero prefirió la luz, y con ello abrió un camino y un horizonte: un camino que no ahorra la incomprensión, el rechazo y el dolor, pero que tiene de fondo el gozo, la resurrección y la vida para todo aquel que tenga el coraje de elegir vivir como un ser de luz.
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