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LOS RUIDOS DEL MUNDO

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Por Lartiza Camacho ()

La Habana.- Tal vez por designio de dioses o planetas, nací con la risa tatuada en el alma y los ojos llenos de sueños.
Soy rara, y he aprendido a aceptar mi condición. Tengo un amigo que siempre dice que yo no necesito tomar alcohol porque vine con el «mareíto sabroso» incorporado de fábrica… pero siempre me detengo a escuchar.
Escucho a los niños, a los borrachos, a los vecinos… la música de los árboles cuando crecen, el mar y sus gritos de dolor, el río que se suicida en las aguas saladas luego de correr cuesta abajo dando vida a todo el que bebe de su alma… hay melodías hermosas y ruidos en el mundo… yo los escucho a todos, por eso puedo y debo hablar.
Pueden culpar a quien quieran, culparse unos a otros. La culpa nunca cae en saco roto.
¿Por qué la gente huye? ¿Te has puesto a pensar?
Cuando alguien huye es que agotó toda la esperanza y la vida en el lugar que abandona. Huye porque piensa que no hay solución.
Es como cerrarle los ojos a alguien que acaba de morir. Cuando se cree en la posibilidad de recuperación, el médico aplica paletas en el pecho, sueros en venas, corta pedazos y receta antibióticos, mientras la familia y los amigos ríen en el llanto y preparan la comidita de bienvenida para el regreso a casa.
Al morir, sin embargo, todo se cierra… primero los ojos… no hay nada por hacer.
Queman naves los que parten y huyen. Nadie garantiza que les irá bien, (esa es la segunda parte de la historia) pero huyen porque creen que nada de lo que hagan va a revivirlos, huyen porque creen que no vale la pena.
Es terrible para el que escucha darse cuenta de ese dolor.
Hay otra estadística silenciosa y peor en todos los sentidos: aquella de los que se quedan inmóviles en su sitio, no se mueven, pero tampoco viven pues no creen ya en solución o mejoría alguna. Los médicos los declararían en una especie de coma profundo con autonomía para respirar, tener sexo y hacer colas.
Puedes huir a kilómetros de distancia y puedes huir sin moverte de tu sitio.
A tu alrededor se queda la gente dueña de los palos, la pólvora, el poder y las palabras huecas.
También los autómatas, los que llevan en hombros el paladín, los orgullosos ayudantes de caciques que nunca han sido tocados o señalados con el dedo.
También se queda gente como yo, que nació con la risa tatuada en el alma y los ojos llenos de sueños… y los sueños se cumplen cuando te decides a escuchar (al otro, a ti mismo), abres los ojos y, si no te gusta lo que ves… lo cambias.

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