Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Incautaron, se robaron, lo intervinieron todo, sin pagar por nada. Nombraban un oportunista interventor, quien vistiendo un recién adquirido uniforme castrista y una boina verde olivo -ganada por subir tres veces al Pico Turquino-, entraba orgulloso al próspero comercio.
Los legítimos propietarios habían trabajado arduamente levantando sus negocios y de la noche a la mañana eran despojados de sus empresas, y echados a las calles sin tan siquiera decirles: “Discúlpennos, lo sentimos muchísimo”…
De sopetón acabaron la propiedad privada, quedando en pie un solo dueño, un solo latifundista, un solo capataz de una finca llamada “Cuba”…
Y se repartían múltiples migajas entre los feroces seguidores de la dictadura, haciéndoles creer que eran dueños de los recintos usurpados.
Y hasta ahí llega lo que vi, y lo que no vi fue que todo se hizo agua y sal, todo quebrado, todo destruido, todo derrumbado, todo sumido en escombros.
Los orondos interventores han muerto, o viven en la miseria esperando que un nieto les envíe o les lleve unas vituallas del “Ño que barato” o ayudados por un “burrito” haciendo los mandados en Sedanos.
Solo quedan en pie unos cuantos negocios (como La Bodeguita del Medio y Tropicana) al servicio de los turistas, donde ni los antiguos interventores pueden entrar.
Mientras tanto, y eso sí lo vi, los despectivamente llamados “siquitrillados” -súper inteligentes y emprendedores- llegaron a Florida sin un centavo en sus bolsillos y levantaron tremendas empresas…
Y convirtieron a Miami en una próspera ciudad donde arriban diariamente miles de ciudadanos de todas partes del mundo, incluyendo hasta a los descendientes de los interventores.
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