
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Irán Capote
Pinar del Río.- Me fui a la casa de mi amiga Gudelia con un paquetito de refresco sabor naranja. La intención era refrescar y matar el tiempo hasta que volviera la luz, mi negra, y uno se pueda desnudar frente al aire acondicionado.
Pero en esa casa nunca se sabe. Empezamos hablando del paquete de naranja sintética y de las naranjas de antaño cuando los cítricos llegaron a ser la base de algo en esta provincia.
Y de ahí saltamos al tema de lo rico que son los cascos de naranja con un pedazo de pudín y un poco de dulce de coco, más un pedazo de queso blanco.
Mientras hablábamos, la boca se nos volvía un charco de saliva. Porque entre más hablábamos, más dulces imaginarios iban apareciendo para echar en el plato también imaginario.
La Gudelia se puso a hacer el refresco y cuando me trajo el vaso que me tocaba, le dije: “Déjalo para mañana, porque creo que ya hoy tengo el azúcar alta con tanto dulce que me has metido en el cerebro. “
Y ella, ni corta ni perezosa, guardó el jarro en el refrigerador.
Esa técnica de llenarte con la mente, no falla.
Y pensar que el refresquito instantáneo fue la base de todo.