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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- A Hipólito Ruz le asustaba hasta su sombra, pero hoy le dedicaré espacio a los más temidos: Dos enemigos, dos supuestos aliados y un general.
Los dos enemigos eternos que aterrorizaron al monstruo- desde su juventud- fueron Rolando Masferrer y Eufemio Fernández.
Desde que puso una pata en la Universidad -quizás antes- con solo escuchar sus nombres temblaba.
Durante la aventura de Cayo Confites se le atribuye a Eufemio el haberle dado un buen –y bien dado- galletazo.
Eufemio Fernández fue fusilado injustamente, y después Masferrer cayó desbaratado tras la explosión de un carro bomba en Florida. La venganza -desde lejos- del eterno cobarde.
Los dos supuestos aliados que odiaba y temía, y de una u otra forma logró deshacerse de ellos fueron José Antonio Echevarría y Frank País. La agresividad de ambos ponían en dudas a cada instante su liderazgo en la lucha contra Batista.
Estaban en el llano jugándose las vidas diariamente mientras el envidioso estaba acostado en una hamaca leyendo libros marxistas.
Solo había que conocer un poco el carácter y desmesurado ego y la cobardía consuetudinaria del tirano en ciernes para saber lo muchísimo que odiaba y temía a estos dos personajes .
En 1959 la popularidad de Camilo Cienfuegos lo aterró, pero no era un miedo personal, se trató de un concurso de simpatías.
El general que lo aterraba era Arnaldo Ochoa, vaya, hasta el gato sabía del rencor y la envidia que consumía a la bestia al solo tener que escuchar sus hazañas en África y el respeto que inspiraba en sus tropas.
El terror y miedo se lo producía el simple hecho de imaginar que este hombre un día se le revirara al haber sido nombrado jefe de uno de los tres ejércitos de Cuba, el que incluye a La Habana. Ochoa le producía diarreas a Bola de Churre y celos feminoides a su medio hermano .
Pero, lo cierto era que le temía a todo y a todos, se aterrorizaba al sentir el ruido de unos aviones sobrevolando por la Sierra.
Y allí lo primero que hizo fue rodearse de una guardia pretoriana al mando de Ramiro Valdés y los hijos de Crescencio Pérez.
Después del «triunfo» no ha existido un hombre mas custodiado que este tipejo. Miles de guardaespaldas cuidándolo constantemente. Dije “¡miles!”
Gracias a su cobardía murió sin haber recibido un solo arañazo. Y -sin lugar a dudas- durante los últimos días de su cochina vida vivió obsesionado y aterrado con Luis Posada Carriles.