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LOS BANCOS DE GUISA, LAS MENTIRAS DEL CASTRISMO

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Por Rickee Estrada ()
Santo Domingo.- En la escuela, ya hace muchos años, me dijeron que los bancos del parque de Guisa eran propiedad privada, antes del 59, que pertenecían a una élite selecta de guiseros que no permitía que los demás se sentaran en ellos y la gente común sabía de quién era cada banco y tenían que pedir permiso para sentarse .
Se decía, incluso, que tenían nombres, como si fueran nobles o dignatarios . Por muchos años me comí la goma de lápiz creyendo eso y así todos repetimos el mismo estribillo hasta que se convirtió en una verdad.
Resulta que los bancos no eran propiedad exclusiva de nadie. En realidad, fueron construidos por la comunidad misma. Los pobladores se unieron para crear estos asientos, donaron de su dinero, reuniendo los recursos y habilidades.
Cada pedazo de granito y cemento, cada clavo martillado, era una contribución de amor y esfuerzo. Los bancos no solo eran lugares para descansar, sino también símbolos de solidaridad y cooperación del un pueblito de Guisa que quería crecer por esfuerzo propio.
Los nombres que tenían tatuados los bancos se los pusieron en honor a esa gente que apoyo y aportó dinero para la construcción de ellos y así las futuras generaciones supieran la historia de aquellos hombres como Teófilo Espinosa, Delfín Aguilar, Los caballeros de la Luz, la muy respetada Lovenina (maestra ), que donó la estatua de nuestro Jose Martí, y así muchos guiseros buenos. Simplemente fue eso.
La revolución trajo consigo cambios profundos. Los nombres originales que tenían los bancos se borraron y les rasparon con sincel y martillo haciendo un trillo en la parte donde estaban las letras y luego le echaron cemento y ahí quedó una cicatriz que hacia que mucha gente, con los años, siguiera preguntando por qué tenían esa parte tapada con cemento entre el granito convertido en banco.
Era como un parcho feo que escondía algo.
Hoy, cuando te sientas en uno de esos bancos históricos de Guisa, imagina a los campesinos, los artistas, los ancianos y los niños que los construyeron. Cada pedazo lleva su huella, y cada movimiento guarda su historia. Los bancos del pueblo son más que simples asientos; son testigos silenciosos de la vida que fluyó a su alrededor.
Así que, la próxima vez que te sientes en uno de esos bancos, recuerda que no solo estás descansando tus piernas, sino también conectándote con una tradición de colaboración y comunidad. ¡Quién lo diría! Los bancos del pueblo, en realidad, fueron un regalo de la gente misma.
(La foto es de niñas guiseras, sentadas en el banco que donó su papá antes de irse al exilio. El banco lo tumbaron simplemente porque aquel hombre pensaba diferente).

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