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Por Guillermo Rodríguez Sánchez
Ciudad de México.- Volví a pasar por un supermercado mexicano. Los domingos son días repletos de gente en estos lugares. Toda la familia sale a efectuar las compras de la semana.
Nuevamente me llamó la atención la cantidad de ancianos llenando sus carritos de comida sin sobresaltos. También llevaban útiles para el hogar y cualquier cosa que les fuera necesaria.
Hoy fui más allá. Le pregunté casi escondido a una anciana si le alcanzaba el dinero de la jubilación para desbordar así de alimentos el carro.
Y sentí una mezcla de vergüenza y ternura al mismo tiempo con su respuesta.
Me miró extrañada, como a quien le hacen una pregunta obvia, como incrédula ante tal interrogante tan básica y me dijo:
«Pero mi niño, claro, millonaria no soy ni conforme con lo que cobro. Pero la comida no es lujo, es necesidad. Si no me alcanzara, ¿para qué trabajé tantos años?»
Y sentí pena, pena de andar por ahí asombrado de una cosa tan natural como ver gente comprando la comida de la semana.