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Por Padre Alberto Reyes ()
A propósito del XI Domingo del Tiempo Ordinario
Evangelio: Marcos 4, 26 – 34
Camagüey.- Queremos el bien para aquellos que amamos, y nos duele su tibieza, su indiferencia o el rechazo de valores que les darían una vida más satisfactoria. ¿Qué hacer? ¿Cómo hacer para que miren la vida en un modo diferente?
El Evangelio de hoy nos da el límite de lo que está en nuestras manos y de lo que no está.
A nosotros nos toca sembrar, esparcir la semilla. No depende de nosotros el momento en que las semillas germinen, crezcan y den fruto, como tampoco depende de nosotros el ritmo del proceso. Cada persona tiene su ritmo propio, y forzarlo sólo conduce muchas veces a la muerte de lo que ya había germinado.
¿Cómo sembrar, cómo esparcir la semilla en el corazón de los que amamos?
Lo primero es rezar. Dios está más interesado que nosotros en el bien de los que amamos. El primer modo de esparcir la semilla es rezar, presentar una y otra vez al Creador la vida de aquellos en los cuales queremos ver germinar el bien que ahora, al parecer, no son capaces de abrazar.
Después, como diría San Pablo: “Insistir a tiempo y a destiempo”, en los valores que queremos ofrecer, esto es: invitar, aconsejar, ilustrar, retar… Sembrar significa actuar, hablar, teniendo en cuenta que habrá momentos en los cuales ayudará mucho que el tono sea firme, enérgico, y en otros lo mejor será el “espíritu deportivo”, como algo que se pone sobre la mesa y se deja, por si quiere ser tranquilamente tomado.
Eso sí, en ningún caso se siembra con imposiciones, ni usando chantajes emocionales, ni usando el amor que el otro nos tiene para manipular una opción que necesita ser completamente libre.
Y por supuesto, parte del proceso de “esparcir la semilla” será siempre nuestra vida. No podemos hacer que nadie se enamore de algo que para nosotros no es pasión y vida cotidiana.
Sólo podemos sembrar. No decidimos nosotros la germinación de la semilla, ni su proceso de crecimiento, ni cuándo aparecerán los frutos. Puede que incluso no logremos ver los frutos en esta vida, pero no olvidemos que lo que se siembra con cariño, tarde o temprano, en un modo u otro, siempre germina.
Vivimos en un mundo sediento de logros y resultados, pero la vida del espíritu no sigue esa lógica. Necesitamos descubrir el valor del bien que se nos propone, necesitamos “ser seducidos” por el bien, porque cuando eso ocurre, y se elige lo que lleva a la vida, entonces ninguna fuerza en el mundo será ya capaz de hacernos renunciar.