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Por Tania Tasé ()
Berlín.- Cuba no sólo duele. Cuba esclaviza. Obsesiona. Absorbe. Abduce. Te posee hasta que no queda nada de tu yo original. Cuba te seca.
Te enferma.
No sólo duele por cada costado que le presentes. Es un paraíso donde la alegría está vedada.
No puedes ver ni recordar el mar sin pensar en los miles que no llegaron a la otra orilla. No puedes perderte en su azul y en su sal sin que la palabra remolcador te taladre la cabeza. Y empiezas a oir gritos. Y empiezas a ver ojos desorbitados de las cuencas en rostros infantiles.
¿Alguien se ha fijado en los ojos de los ahogados?
Cuando te enteras que algún cubano escapó, logró llegar a la otra orilla, cruzó selvas y violó fronteras, se subió a un avión y aterrizó en otro universo; te alegras. Respiras profundo y te dices: uno menos en ese infierno. Y quieres evacuar la isla entera, salvar a todos, quitárselos de las garras a las bestias. Inmediatamente llega la tristeza asociada a ese macabro éxodo: ¿quién va a quedar? ¿Quién va a ser Nación? ¿A qué le vamos a llamar Cuba?
Miles de personas se involucran en un sueño: salvar un niño desahuciado por el MINSAP, ¡sí se puede! Se necesitan muchas almas buenas en ese sueño, se necesita además, mucho dinero. Parece imposible, no lo quieren dejar salir porque se derrumba un mito. Ceden a la presión, somos muchos, hasta los apolíticos se involucran y voilá: lo logramos.
El niño tiene un chance. ¡Ah, se ha perdido mucho tiempo! Mucho, precioso, invaluable. Damir llega al país de los juguetes. Muere pocos días después. ¿Cuántos niños Damir hay en Cuba aún?
¡Quiero evacuar la maldita isla!
Liberan presos políticos por cumplimiento de condena. O excarcelan a otros por acuerdos turbios y listas secretas, acuerdos que no se sabe con quién ni a cambio de qué se hicieron.
¡Los vuelven a encarcelar semanas después!
Los italianos juegan con sus Audis rojos a arrollar y matar gente. Hacen rallye por dos municipios de la capital cubana. Uno de ellos quiso matar, como si fuera un juego electrónico a muchos habaneros. Andaba loco, fumado, drogado, acomplejado, histérico macho europeo acabando en las calles llenas de baches de la Habana. Borrando vidas del mapa de una población diezmada, porque aquí mando yo, que soy quien paga.
Le nace al Oriente, (al fin! ), un pueblo jíbaro. Se va completico a la calle, hasta los niños y los perros gritan corriente y libertad. Agua y abajo el comunismo. Comida y ya basta. Los observo orgullosa con sus espaldas desnudas, sus pies descalzos y sus rostros tapados. Comparto a desgana para proteger como puedo, porque sé lo que viene: represión. Brutal, ejemplarizante, contundente. Todo según el libreto. Más presos, más llanto, menos cubanos de palomitas de maíz dispuestos a acompañarlos. Todos con una orden o receta lista: lo que tienen que hacer es… calle, calle, calle.
Me habla mi madre al oído con su voz de siempre: Tanita, nunca seas lo que te han hecho.
Y yo siento crecer el monstruo dentro de mí.
Irreversiblemente. Y pienso en el fuego.
Me posee y me consume.
Ya todo arde alrededor.
Perdona, mami. Quiero amar, pero no me dejan y ya he puesto muchas veces la otra mejilla. Llegas tarde.