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Por Yuliet Teresa ()
Necesitamos un país nuevo. Cuba atraviesa una policrisis profunda que no solo pone a prueba la economía o las instituciones. También desafía directamente la inteligencia colectiva y la sabiduría popular de un pueblo que lleva décadas disputando, con dignidad, el sueño de un país justo, equitativo y verdaderamente autónomo.
Lo más hiriente de este momento histórico es la burla implícita a esa sabiduría acumulada. Esto ocurre cuando los mecanismos de poder prefieren perpetuar estructuras que despojan al pueblo de su capacidad real de participación, gestión y control sobre los destinos colectivos.
En medio de este panorama complejo, es alentador constatar que son precisamente los jóvenes universitarios quienes, con su protagonismo, están encarnando el rostro renovado del país. Ellos, afortunadamente, mantienen viva la llama del proyecto social que muchos defendemos. Mientras tanto, otras organizaciones de la sociedad civil han optado por el silencio. Y el silencio, en estos tiempos, no es neutral: es una forma de condescendencia con la inequidad y de complicidad con el deterioro institucional.
Pero, ¿quiénes son hoy los pobres en Cuba? Ya no hablamos solo de los excluidos históricos, sino de una pobreza que se ha ampliado y diversificado brutalmente. Son los trabajadores cuyos salarios estatales han quedado pulverizados por una inflación desbocada.
Son los ancianos, condenados a sobrevivir con pensiones simbólicas, mientras los precios de los medicamentos, alimentos y servicios esenciales se disparan. También las madres solteras que sostienen familias enteras en un escenario de desabastecimiento crónico y encarecimiento constante de la vida cotidiana.
Son los jóvenes que no encuentran horizonte económico ni posibilidad de proyecto personal dentro del país. Llos profesionales que, aun formados, no logran cubrir sus necesidades básicas.
Son los barrios periféricos, los campos olvidados, los pueblos pequeños donde el acceso a la alimentación, el transporte, la vivienda digna o el agua potable es un reto diario.
Y son, también, los migrantes internos que ya ni siquiera pueden desplazarse dentro de la isla para buscar mejor suerte. La pobreza en Cuba hoy tiene muchas caras y atraviesa capas sociales que antes se pensaban relativamente protegidas.
La vida digna que merece el pueblo cubano exige hoy un proceso de autoorganización desde la base. Este proceso debe ser sin tutelas, sin verticalismos, capaz de generar respuestas concretas a la miseria creciente y a la multiplicación de las pobrezas. No puede seguir postergándose la construcción de un modelo donde el pueblo no sea únicamente objeto de discursos, sino verdadero sujeto de su destino.
El ejemplo reciente de ETECSA, reuniéndose con grupos «seleccionados» para intentar maquillar su mala gestión, es ilustrativo de una mentalidad que ha perdido de vista el sentido original de las empresas estatales. Estas deben servir al bienestar de la gente, no amargarle la vida ni justificar privilegios bajo la fachada de una gestión supuestamente técnica e inamovible.
Esta práctica encapsula el desgaste institucional que atraviesa todo el sistema, donde la simulación de diálogo reemplaza al ejercicio genuino del poder popular.
Reinventarse es un imperativo. No como consigna vacía, sino como refundación práctica del proyecto de liberación que alguna vez concibió la Revolución Cubana. Este proyecto debe estar basado en la soberanía popular real, no en su mera invocación constitucional.
La estructura vertical, cada vez más anquilosada, ha bloqueado las potencialidades del pueblo. Esto impide que el pueblo sea protagonista de su historia, administre sus recursos y ejerza control sobre quienes gestionan lo público en su nombre.
ETECSA no es más que la punta del iceberg. Bajo la superficie, la policrisis revela fisuras en el modelo institucional. Además, hay crisis de representatividad, falta de transparencia y ausencia de espacios reales para el ejercicio democrático en los ámbitos económicos, sociales y políticos.
Cuba necesita repensarse desde sus cimientos, desde la radicalidad democrática de su pueblo. Esto es necesario si de verdad se quiere preservar la esencia del proyecto político que le dio origen.