Por Ricardo Acostarana ()
La Habana.- Dennis y Luis Carlos llegaron al campamento buscando viejos tortugueros, excompañeros de aula, exprofesores, futuros exvoluntarios.
Nos dieron unas tabletas energéticas y una caja de populares rojos -ya escasean los cigarros y la cosa se pone mala.
Dijeron que iban al faro, de ahí a la playa El Francés y volvían en par de horas. «¿Necesitan algo?» -Dennis pregunta y todos pensamos en hielo, cervezas, chocolate, en una caja de laguers, tres pizzas, un boleto de avión.
Uno de nosotros dice que quiere ir con ellos a la playa, de las más lindas de la península -costa norte, algo cenagosa, rodeada de manglares-. Pero si va uno, vamos todos.

Luis Carlos y Dennis hicieron un viaje de ocho horas desde la capital en una Ural de 1984, remotorizada hace dos años, una joyita soviética con cuatro velocidades y marcha atrás, un tanque de guerra, literal.
En esa mostrosidad nos montamos seis personas: Luis Carlos al timón, casi arriba del tanque de combustible. Dennis agarrado a los muslos de Luis. Lorena detrás de Dennis, Charly y Randy en el sidecard y yo encima del guardafango de la rueda del sidecard.
¿Incómodo? Sí. ¿Riesgos? Todos. ¿Distancia? 30 kilómetros.
Yo era el más vulnerable, el más inseguro, el más pegado al asfalto y el que más disfrutó del viaje de ida. Fui el que se apretó más el casco y el que más se agarró del sidecard.
Claro que me pasó por la cabeza más de una vez que podía caerme al asfalto y descojonarme, partirme la cabeza sin importar el casco, marearme, que me sudaran las manos y resbalarme, se ponchara una goma, me diera un infarto.
Llegamos al faro Roncalli y doblamos en U frente a la casita del cappi di tutti cappi de toda la península de Guanacahabibes, el Comandantico de la Revolucionzota Julio Camacho Aguilera. Pasamos El Francés y uno de nosotros recomendó seguir de largo hasta Las Tumbas. No era el destino original, pero no hubo mejor sitio que ese, casi.
Para acceder a Las Tumbas hay que entrar a la Villa Cabo San Antonio, unas cabañas que a priori, están abandonadas, la Villa completa.

Las Tumbas es casi virgen, hasta allí no llega mucha gente, nosotros éramos toda esa gente. Es muy distinta a las playas de la costa sur de la península; arena pura y dura y un agua de varios azules, profunda a dos pasos de la duna, solazo descomunal. Los seis, todos, fuimos Pilar, la madre, la niña enferma y la Magdalena, Alberto el militar y el padre.
Es imposible estar mucho tiempo en Las Tumbas. La peor mosquitera que he visto en mi vida está en ese pedazo de playa. El único sitio verdadero donde se cumple la ley de que los mosquitos te levantan en peso. Las Tumbas, la misma en la que el Jefecito de la Revolucioncita nadaba rodeado de sus guardaespaldas. ¿No han visto la foto, el fragmento de documental?

Una playa llamada Las Tumbas en la que buceaba tranquilamente Fidel Castro; una tumba sola para Fidel Castro y sus milicianos de Terracota.
Pero no, quizás el nombre de la playa tiene que ver con el cementerio viejo a un costado del faro, a unos cuantos kilómetros de allí. De igual manera, todas las tumbas terminan siendo iguales de pestilentes, te entierren en un piedra, una avioneta, una balsa o en un pais entero.
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