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Las tres muertes de Cuba: entre el silencio cómplice y el grito de Yosvany

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Dicen que una persona muere tres veces: cuando deja de luchar por su propia vida, cuando muere físicamente y cuando ya nadie la recuerda. Esa primera muerte —la interior, la silenciosa— es una tragedia que se ha normalizado en Cuba. Hay demasiada gente viva por fuera, pero muerta por dentro, rendida, sin planes, sin expectativas, cargando sobre sus hombros las consecuencias de un gobierno que hace décadas dejó de servirles, pero aun así callan. Sobreviven, pero no viven.

En una sociedad temerosa, dividida, infiltrada hasta el tuétano, donde la desconfianza es una forma de control, hacer algo por libertad es un acto enorme. Alzar la voz, señalar lo mal hecho, negarse a repetir como loro lo que dicta el poder, tiene un valor incalculable. No solo porque enfrenta al aparato represivo, sino porque le habla al silencioso: a ese que piensa igual, pero teme quedarse solo.

El problema es que esos gestos de valentía cada vez son menos, no porque falten motivos —si algo sobra en Cuba son motivos— sino porque en nuestro país luchar por la libertad tiene consecuencias, mientras que la represión no tiene ninguna para quien la ejerce. Esa asimetría es el arma más efectiva de la dictadura: castigar al que actúa, premiar o tolerar al que calla.

Así nace esta Cuba agotada que conocemos. Una Cuba donde todos sufren, sean revolucionarios o no, porque la crisis —esa crisis que llaman “revolución”— no distingue colores políticos. Una Cuba que sobrevive a base de silencio y resignación, porque los que intentan cambiar algo cargan solos con el costo.

La huelga de hambre y el silencio

El 11 de julio fue la prueba más clara. Fue la única vía real que ha tenido este país para intentar romper el ciclo de la miseria. Por eso mismo, la dictadura respondió exactamente como había que esperar: más de mil jóvenes presos. Uno de ellos es Yosvany Rosell García, encarcelado por salir a manifestarse. Desde prisión, su única forma de protesta ha sido su propio cuerpo. Va por 39 días de huelga de hambre, en estado crítico, al borde real de la muerte física, mientras el país entero observa en silencio.

Y ese silencio duele. Duele ver cómo muchos creadores de contenido que hace poco movilizaron masas para apoyar a “Pollito Tropical” en un reality show, hoy no dedican ni un minuto a hablar de un joven que está muriendo por un acto de valentía que nos incluye a todos. Duele ver músicos, influencers y humoristas produciendo contenido diario, ajenos a la injusticia que devora a un compatriota. Duele ver a tantos cubanos refugiados en su propia burbuja de supervivencia, en su rutina, en su miedo, sin entender que cada vez que dejan solo a alguien que lucha, están permitiendo que la primera muerte —esa muerte interior— avance también sobre ellos.

Aquí está el punto central: si tú quieres hacer algo por tu situación, si quieres dejar de sentir que Cuba está condenada a repetirse, puedes empezar por lo más pequeño, pero también lo más importante: dejar de mirar hacia otro lado. Interesarte. Informarte. Saber quiénes son los que se arriesgan por una Cuba mejor, no solo para ellos, sino para ti también. Porque el miedo más grande que tiene alguien antes de lanzarse a hacer algo no es al régimen: es al abandono. Es al temor de que, cuando lleguen las consecuencias, no haya nadie detrás.

Para que empiece a pasar algo

Y, aunque somos un grupo los que intentamos que Yosvany no quede solo, te necesitamos a ti. Y necesitamos que tú traigas a otros. A todos los que se pueda. Porque este es un acto de justicia, pero también un acto de unión. Es una forma de hacer algo por un joven valiente, pero también por ti mismo. Porque cuando decides no abandonar a otro, evitas tu propia primera muerte. Evitas rendirte por dentro.

Si Cuba quiere revivir, tiene que empezar por aquí: por crear consecuencias para la represión. Porque mientras luchar por la libertad tenga consecuencias, y reprimir no tenga ninguna, nada va a cambiar. Por eso, el caso de Yosvany Rosell García debe hacerse visible, compartido, repetido. Hay que decir su nombre, mostrar su foto, correr la voz, convertirlo en tema de todos. Solo así, en este país donde nunca pasa nada, puede empezar a pasar algo.

Si dejamos que este muchacho muera en silencio, entonces este pueblo habrá terminado de partir su alma. Y un pueblo sin alma no revive. Un pueblo sin alma apenas respira. Un pueblo sin alma ya empezó a morir sus tres muertes.

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