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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- En su círculo más cercano, al impuesto presidente de Cuba le quitaron el Canel de su primer apellido compuesto y solo le dicen Díaz. En ese entorno cercano creen, también, que el mandatario hace el ridículo. Ante todo, por él mismo, por su forma de actuar, y luego por lo que dice la esposa, la no primera dama.
Este sábado no hablaremos de esas cosas, de las cuales se están cansando hasta sus más cercanos colaboradores, sino de su comportamiento, su lenguaje corporal, sus habituales promesas, esas sensaciones raras que desprende y de las cuales todos se dan cuenta de que no se siente cómodo en ninguna situación.
Lo último que no agradó a su propia gente -o a alguna, para ser más exacto- fue la promesa que hizo en Guantánamo, en su escurridiza visita luego del paso del huracán Oscar y el desastre que generó en varios de los municipios guantanameros, sobre todo en Imías, San Antonio del Sur y Baracoa.
El mandamás -si así se le puede llamar al delfín de Raúl Castro- voló hasta allá para intentar transmitir un poco de confianza, aunque él sabe, porque bobo no es, que cada vez agrada menos a la gente, que su fallido proyecto encuentra cada día nuevos detractores, lo mismo que pasa con su primer ministro, el rebosante Manuel Marrano.
Antes de llegar a los lugares afectados, los asesores le dijeron que no podía estar a la defensiva, porque «te van a comer». «Tienes que ir, pero ante cada planteamiento tienes que contraatacar», le insistieron, y él, según fuentes cercanas, las siguió al pie de la letra.
Por esa razón, cuando una señora -según un audio filtrado- le dice que no tenía comida, ni agua -sobre todo agua- para los familiares enfermos, él la corta y le pregunta si no escuchó la explicación anterior, y luego le dice que vendrán, en algún momento, camiones con alimentos, aguas, medicinas, y brigadas para facilitar las cosas. Incluso, insiste que nadie tiene la culpa de lo que allí pasó, para que nadie vaya a culparlo a él.
Luego, cuando un hombre le dice que fue evacuado a una escuela especial y que lo abandonaron allí, junto a 29 niños, le viró la tortilla y le comentó que seguro lo llevaron allí a él para que cuidara a los pequeños, becados en aquel lugar. En el buen lenguaje de su entorno cercano, no se dejó marcar un gol, pero prometió cosas que no podrá cumplir y Guantánamo se puede convertir en un lugar demasiado hostil para el mandatario y la cúpula dictatorial.
De la comida prometida, entregaron dos libras de arroz pendientes del mes anterior, un huevo por persona, un pomo de aceite, un poquito de sal y alguna tontería más, en un lugar donde la gente lo perdió todo. El agua, la enviaron en camiones a algunos sitios y en otros ni eso. Mientras, un par de helicópteros vuela de un sitio a otro como pollos sin cabeza y no hay ni un blindado de las fuerzas armadas para cruzar ríos crecidos, o para seguir en la búsqueda de los desaparecidos.
Al entorno cercano, o una parte, estas cosas no le gustan. En los últimos días se le ha notado a alguno la cara de descontento, porque ellos también tuvieron apagones largos, a pesar de vivir en La Habana, y muchos de ellos en zonas privilegiadas. Esos mismos creen que el mandatario tiene que ponerse los pantalones de una vez y hacer lo que piensa, o dar un paso al costado y permitir que venga uno con menos miedo y más coherencia, o alguien que lo quiera hacer mejor.
«Lo de las promesas a los guantanameros le pasará la cuenta», me confesó alguien de su equipo, una persona que lo conoce bien, y que está segura de que «hay mucha de esa gente que quedará en la indigencia, porque no tienen con qué reponerle nada, ni qué darle para que ellos vuelvan a tener sus propias casas, muchas destruidas».
Cuando su colaboradora me hablaba de este tema, recordé la cantidad de personas que aún esperan en Cuba por materiales para levantar sus viviendas, arrasadas por fenómenos climáticos o por el inexorable paso del tiempo. Y recordé también aquellas palabras del tristemente célebre Marino Murillo, cuando fue a explicar lo del ordenamiento y dijo que los nuevos salarios les permitirían a las personas dedicar una parte a reparar sus casas, incluso a irse de vacaciones a hoteles.
Aquel día, en una conversación con mi esposo, le adelanté mi seguridad de que no funcionaría, que no se cumpliría jamás lo que el gordiflón de Murillo decía. Hace unas horas, cuando escuché las promesas de Díaz-Canel, también estuve convencida de que no cumpliría ninguna. Pero ya no soy yo la única que no le tiene fe, sino personas de su entorno cercano los que tampoco creen en él.
Incluso, ya hay algunos que cuando se refieren a él, usan algún apelativo despectivo, como el del Canelo, o Díaz-Canel, y no Díaz, como lo llamaban, cariñosamente, hace algún tiempo.
De cualquier manera, él no tiene la intención de dar un paso al costado, por más que Raúl Castro le tenga el dedo puesto encima y un día sí y otro también le dé un cocotazo por algo que le salió mal, porque, aunque él menor de los hermanos Castro tampoco lo pudo resolver, su papel de censor mayor lo obliga a supervisar y corregir.
Aunque no es Raúl Castro el único que le tiene los cañones enfocados. A ese grupo se ha sumado, y con fuerza, Ramiro Valdés. Incluso, Esteban Lazo ha tenido más de una charla con colaboradores cercanos en las que ha dejado caer algo contra Díaz-Canel, a quien muy pocos de la cúpula soportan ya.
Para poner un ejemplo de hasta dónde ha llegado el malestar con el anodino mandatario, en su círculo más íntimo creen que en cualquier momento Raúl Castro decide que su tiempo terminó, aunque sea para acallar un tiempo el clamor popular, y pone a otro en su sitio. Es apenas un rumor, un murmullo, deslizado en oficinas y pasillos con todo el sigilo del mundo, pero así, por un pequeño soplo, comienza un huracán y puede convertirse en devastador.
Los cierto, el futuro de los guantanameros es duro, porque las promesas del gobierno se quedarán en eso, como han hecho siempre a lo largo de más de medio siglo.