Pinar del Río.- Ahora que me ha vuelto el “jipío” en el pecho apretado. Ahora que vuelvo a tener esa “tos perrona” que no tenía hace más de 15 años, recuerdo cada uno de aquellos remedios que nunca tuvieron tal eficacia:
Me imagino que el desespero de mi madre por curarme de aquellas crisis de toses y ahogazones, le llevó a probar con cuánto consejo extraño se le ocurría a los vecinos.
El más extraño de los que recuerdo ocurría los viernes. Había un señor que vivía en un poblado intrincado, allá en Trujillo, San Juan y Martínez. Cada tarde de viernes durante unos meses, íbamos en el tractor de mi padrastro antes de que se pusiera el sol.
El señor cortaba un mechón de mi pelo y lo amarraba al tronco de una ceiba que tenía en el patio. Así cada semana. Y uno andaba por la vida con la cabeza llena de tijeretazos (creo que desde ese momento tomé la decisión de que el pelo vaya como quiera).
El caso es que aquello no resultó. Y a los pocos meses andaba mi madre con un nuevo remedio. Alguien de sabrá Dios dónde, le dijo que para curar el asma, lo ideal era que el enfermo tragara nueve ( ni 8 ni 10… !9!) gorgojos de maní. Y vino entonces la temporada en la que criábamos gorgojos en pomos de cristal llenos de maní. Un día a la semana se destapaba el pomo, se sacaban nueve gorgojos, se metían en una cucharada de miel de abejas y se tomaban vivos…. ¡Vivos!
Como tampoco resultó, llegaron numerosos remedios: cáscaras de almácigo en el pecho, café caliente con aceite de girasol, etc., etc., etc.
Un día una vecina le dijo a mi madre que el remedio santo para el asma, el remedio ideal, el remedio más remedio de la historia del asma era que el niño bebiera el orine de la madre… y ahí sí que la guajira se plantó y dijo aquello famoso que escuché muchas veces: Pues que aprenda a vivir con el asma… “Si el Ché era asmático y se metió en la Sierra… esa cochiná no la voy a hacer”.
Demás está decir que me cuidé como gallo fino en lo adelante y que no salía de una bombita de salbutamol para entrar en otra… hasta que, en la adolescencia le di una patada a todo y me hice amante fiel del cigarro rompepecho.
Y no he vuelto a tener una crisis de aquellas de tos perrona hasta hoy que la tos se ha puesto pesadita y me da lo mismo tragarme un gorgojo, amarrarle un mechón de pelo a una ceiba o beberme el orine materno..
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