Quivicán.- Era, la que tenía el cargo de «Política». O sea, la más consciente, la más ciega, la más comprometida, la que más defendía, la que no entiende. Y, tenía los grados de capitán. Y no era hipócrita en su sentir.
Mientras María Cristina Garrido, era torturada diariamente, mientras desayunaba golpes, golpes como los que se les da a los hombres, esta mujer, este monstruo, salía de su oficina, me miraba con odio y me decía: «las Garridos están bien». Y no sólo a mí, sino que miraba con odio a los cientos de familiares que, esperanzados, tristes, coléricos, devorados por la incertidumbre, terriblemente agotados, esperaban información de sus seres queridos frente a aquella cueva del infierno.
-Por favor, mi madre es anciana, ella tiene cáncer. ¿Puedo verla? Por favor, por favor -le suplicó un joven.
-Ella está bien -le respondió, este animal- Está bajo investigación, no se puede ver.
-Pero son más de 20 días y no tengo noticias de ella -aguantaba el llanto el niño.
-Nadie la mandó hacer lo que hizo.
-Pero, ella no hizo nada, solo estaba dentro del grupo que gritó, porque acompañaba a mi hermana; ya sabes, para que no le pasara nada -suplicaba, el jovencito, tratando de hacerse entender. ¡Por favor, por favor, quiero ver a mi mamá!
-Nadie la mandó a gritar, ni a ser mercenaria -le respondió este monstruo, disfrazado de mujer- Déme el aseo y retírese, «por favor».
El muchacho, casi un niño, le entregó las cositas que traía en una jaba de nylon, cruzó la calle, se sentó en el muro de una institución de salud que está al frente, se cubrió el rostro con sus manos y comenzó, interminablemente, a llorar.

Esta capitana, acompañó a los dos guardias que abrieron las rejas de las Garrido.
-Tú, levántate y acompáñanos -le dijo, uno de ellos, a María Cristina.
Mari, hizo el intento. No podía caminar ¿¡Cómo, si llevaban seis días en huelga de hambre y de sed!? («Todavía aguantan un poco más», le había dicho, en la mañana, un animal con bata de médico, a esta otra especie con grados de capitán).
-¡Cárguenla! -ordenó la capitana.
Y los guardias la cargaron. Angélica, protestaba; Mari, callaba. Cerraron la plancha de metal que había por puerta.
-Si no camina, tírenla por las escaleras -decía la capitana.
Angélica, se dejó caer de su litera de cemento, de su colchón de cemento, se arrastró hasta la plancha de metal, y por la hendija que hay entre la puerta y el suelo, gritó:
-¡¡Tírenla, tírenla, atrévanse!! -Y comenzó a golpear el metal hasta que las fuerzas cedieron y entró en la inconsciencia.
Cuando las pude visitar por primera vez, la capitana se sentó en el medio. No nos dejaba hablar, excepto de los hijos ¿Cómo están? ¿Están bien? Y ya.
-¡Se acabó la visita! ¡Les dije que sólo hablaran de los hijos! -gritó, la capitana.
Y, a las protestas de las Garrido, ella, concluyó:
-Nadie las mandó a protestar ¿Saben lo que hicieron? ¡Estuvieron a punto de tumbar a la Revolu… -y, calló. No terminó la palabra. No concluyó la frase, aquella frase que jamás pensó pronunciar.
Muchas más cosas hizo o permitió esta mujer, natural de San José de las Lajas. Pero, de escribirla, agotaría a Facebook e inventaría una palabra más grande, que la palabra, ASCO.
Hoy, Yanet Machado Rodríguez, capitana y política de la unidad donde encerraron a los detenidos del 11J en Mayabeque, autora y cómplice de imnumerables torturas, se encuentra en tierras de Libertad.
Hermanos del exilio, si la ven, si la encuentran, antes de la deportación, pregúntenle, sobre Fidel y el odio del comandante a los Estados Unidos.
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