
LA TIRANIA EN CUBA: LOS CULPABLES Y LOS CÓMPLICES
Por Anette Espinosa ()
La Habana.- El mundo no tiene ideas de lo que pasa en Cuba, y la inmensa mayoría de las personas que leen sobre la isla piensan que en realidad es un paraíso atrasado como consecuencia de un férreo bloqueo impuesto por Estados Unidos con la única intención de asfixiar a un gobierno que solo se ha preocupado, durante 65 años, por el bienestar de un pueblo valiente, que intenta no rendirse.
Esa es la visión que tienen esos amigos que me escriben por las redes, lo mismo desde la India, donde dejé muchas amistades, porque allí hice una maestría, que desde México, España o Dinamarca. Creen el discurso oficial, porque es el que transmiten los medios cubanos, y el mismo del que se hace eco la prensa extranjera acreditada en la isla.
Eso hace que la verdad de Cuba llegue distorsionada, porque hasta esa distorsión es habitual cuando de Cuba se trata, porque hay mucha gente en este mundo que le hace la pelota al régimen y le abre sus puertas para que le cuente su historia y en eso de montar un relato, nadie es mejor que ellos, aunque el castrismo use a uno que no sabe hablar, como Miguel Díaz-Canel, el hombre al que Raúl Castro colocó como gobernante, al menos en el papel.
No puede ser tan malo Díaz-Canel si el papa lo recibe en audiencia y hasta lo abraza, me dijo un amigo argentino hace unos días. Y tuve que recordarle que el Sumo Pontífice hizo oídos sordos a los reclamos de los jóvenes feligreses argentinos cuando los gobiernos de Leopoldo Galtieri, Jorge Videla o Emilio Massera.
Un francés, medio comunista, dice que hay cosas que solo las escucha de mí, que las agencias acreditadas en la isla no dicen nunca que la población se muere de hambre o que los hospitales se caen a pedazos, que la salud no puede estar tan mal, porque Cuba exporta médicos a muchos países del mundo. Tampoco quedó muy conforme con lo de la jubilación equivalente a seis dólares mensuales. «Creo que estás exagerando, Anette», me dijo.
Hace unos días, una amiga italiana me cuestionó una publicación sobre la Unión Europea, e intentó convencerme de que el Consejo Europeo no se deja condicionar. Y me le tuve que reír. A La Habana va Josep Borrell a reunirse con el castrismo, que le cuenta su versión, la misma que reciben los corresponsales extranjeros acreditados acá. El primero no sé por qué lo hace, pero los periodistas sí. Y lo voy a explicar.
La inmensa mayoría de los medios acreditados en la isla tienen periodistas cubanos a su servicio, que ganan 200 o 300 veces más de lo que les paga un medio oficial, el único otro lugar donde pueden trabajar, y ellos saben que si desde el Centro de Prensa Internacional le retiran la credencial, el medio al que pertenecen les cerrará el contrato. Entonces no se pasan en ninguno de los despachos.
¿Y los extranjeros?, me preguntarán. Pues más o menos lo mismo. Si los declaran no gratos y le retiran la acreditación, tienen que volver a sus países, y dejan de recibir los abultados salarios que se pagan por reportar desde La Habana. Otra razón de peso para hacer silencio.
Incluso, esos periodistas se mueven al interior cuando el Centro de Prensa Internacional, que es un apéndice del Minrex y el Departamento Ideológico, los sube a todos a un ómnibus y los lleva a que vean lo que quiere enseñarles. Jamás los verás escribir sobre los presos políticos, el hambre, la represión, los feminicidios.
La prensa extranjera y los diplomáticos acreditados en La Habana son parte del negocio del régimen. Por eso el mundo tiene una visión distorsionada de la realidad cubana, y por eso algunos fuera no creen lo que dicen las redes sociales o los medios independientes, y piensan que todo es una campaña de manipulación, orquestada desde Miami -de dónde si no- para derrocar a la revolución, que aún la toman como el proceso más limpio y transparente que ha habido y habrá.
A todo eso hay que añadir la labor que realizan fuera los diplomáticos cubanos, cuya labor principal, además de buscar donaciones, es la de repetir hasta el cansancio la supuesta verdad del gobierno, la del bloqueo, la de la agresión imperialista por 65 años, y eso termina por calar en la mente de las personas, sobre todo de las que no conocen Cuba in situ, o si han estado allí no han salido de algún lugar turístico, cuando más.
Tan efectivas son las campañas de Cuba que hasta ha conseguido ser muchas veces miembro de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el colmo de lo inexplicable, porque el cubano común no tiene derecho a nada. No hablemos ya de opiniones políticas, que eso es imposible en la isla cárcel, sino a los principales derechos de las personas: vida sana, alimentación, transporte, salud, educación…
En Cuba no hay ni maestros, los hospitales se caen a pedazos, no hay forma de moverse de un lugar a otro del país y solo del 11 de julio de 2021 para acá han metido presos por protestar contra el gobierno, con juicios amañados, fiscales comprados y testigos ficticios, a más de mil 300 jóvenes.
Eso no lo sabe el mundo, como no sabe que un pan, el más elemental de los alimentos, un vaso de leche o un huevo, son lujos que no pueden darse los cubanos, de ninguna edad, y ni hablar de otros platos, como carne, yogures, pescado.
En los hoteles hay esas cosas. Por eso los turistas piensan que los cubanos lo tienen. Los diplomáticos que ganan seis o siete mil dólares, y más, pueden pagarlo al precio que quieran en cualquier lugar, pero el médico que recibe un salario de cinco mil pesos, menos de 20 dólares, no puede comprar ni el pan malo de la bodega, ni dar tres mil pesos por 30 huevos.
Cuba esconde sus verdades y el mundo, con sus medios de prensa y sus diplomáticos, le hacen el juego. La jugada les conviene a todos y así ha sido por los años de los años. Ahora, sin embargo, la crisis se está acentuando, el hambre es cada vez más duro, y esperemos que no se sorprenda el mundo con lo que pueda ocurrir, de pronto, en la isla.
La culpa, sin embargo, es de nosotros, los cubanos, que no hemos sacado del poder al gobierno, pero el mundo, sus medios, sus diplomáticos y hasta sus gobernantes, han sido cómplices.