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La terapia del árbol (y un ataque de hormigas bravas)

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Por Joaquín Artiles ()

Santa Clara ().- En este proceso de aprendizaje constante que brindan las redes digitales me he enterado de cosas increíbles. Hace unos días leí acerca de las bondades de abrazar un árbol con los pies descalzos.

Dicen que se crea un flujo de energía, como especie de un circuito cerrado donde se transfiere de los pies al suelo, entra por las raíces, sube por el tronco y regresa a la persona a través de los brazos.

Llevando eso al lenguaje técnico, el árbol viene actuando como un filtro de energía. Habiendo leído aquello, me quité las chancletas y partí rumbo al flambollán que tengo en el patio.

Lo miré fijamente y le dije: «Pipo, guapea que la energía la tengo con tremendo déficit de generación. «El árbol me miró con una sonrisita pícara y con aire altanero movió sus ramas.

Le doy el abrazo al flambollán y debo reconocer que no sentí nada. Pensé era lógico, la energía trabaja calladita al parecer. Lo que sí sentí fue como un rayo en mi exterior. Al mirarme los pies, los tenía tatuados de hormigas bravas. El árbol, conmovido allá en su seno, soltó una carcajada burlona.

Me despojo de esos depredadores y vuelvo a lo del abrazo. Más allá de la picazón en los pies, empecé a sentir como mi energía negativa empezaba a fluir. Eran chorros de energía que en mi caso no es solo la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.

Mi energía no tiene luz que se mueva…ni fija. Está tiznada y duerme poco. De pronto empecé a sentir unos movimientos en el tronco, como retortijones y ese pobre árbol empezó a vomitar al estilo volcán.

Lo solté y empecé a pasarle la mano por la parte que consideré su espalda. Las arcadas lo viraban al revés. Las hojas se le caían como en otoño. Le busqué agua y tras el primer sorbo me dijo: «Brother, usted no lleva abrazo… brujería es lo que lleva» y volvió a vomitar.

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