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LA RANA Y EL MIEDO

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Por Yordanis Álvarez ()
La Habana.- En un hermoso estanque rodeado de flores y árboles altos, vivía una pequeña rana llamada Rina. Rina era una rana común, de piel verde brillante y ojos curiosos. Pasaba sus días saltando de hoja en hoja y croando suaves melodías al atardecer. A pesar de ser inofensiva, Rina tenía un problema: muchas personas la temían.
Cada vez que algún niño se acercaba al estanque y veía a Rina, corría espantado, gritando: «¡Una rana! ¡Puede mordernos!» Y así, con el corazón acelerado, se alejaban, dejando a Rina confundida.
Un día, mientras Rina estaba descansando sobre una hoja fresca, vio a un grupo de humanos que venían con palos y piedras. Eran algunos adultos del pueblo, quienes habían escuchado historias sobre ranas venenosas. Aunque Rina sabía que no podían hacerle daño, se sintió asustada al verlos acercarse.
Rina pensó en su vida en el estanque, llena de cantos y juegos con sus amigos los peces y las libélulas. Miró al grupo de personas que se acercaban y sintió que su corazón se hacía pesado. No podía entender por qué la temían tanto.
Decidida a demostrar su inocencia, Rina saltó frente a ellos con la esperanza de hablar. «¡Esperen! ¡Soy solo una rana! No muerdo, ni soy venenosa. Solo quiero vivir en paz».
Los humanos se detuvieron, sorprendidos por la audacia de la rana, pero el miedo les ganó y uno de ellos, temeroso, lanzó una piedra. Rina, con un salto ágil, esquivó la roca, pero tristeza invadió su corazón. Era incomprensible que, sin desearlo, ella pudiera ser vista como una amenaza.
Días siguieron, y con cada encuentro, las historias se intensificaron. Algunos niños y adultos seguían asustados, y otros, en su temor, comenzaron a atrapar ranas como Rina. Poco a poco, el estanque se quedó vacío.
Una mañana, mientras la soledad llenaba el aire, una anciana del pueblo se acercó al estanque en busca de agua. Al ver que no había ranas, sus ojos se llenaron de tristeza. Se sentó en la orilla y recordó su infancia, cuando jugaba entre ranas y flores. «¿Dónde han ido nuestras amigas las ranas?», murmuró.
De pronto, una suave croada resonó en el aire. Rina, al oírla, decidió asomarse. Con un salto elegante, apareció ante la anciana.
La mujer la contempló, y sonriendo, dijo: «No temas, pequeña rana. En mi juventud, también temía a seres como tú. Pero hoy sé que no eres más que un ser inofensivo».
Rina entendió que el miedo era un enemigo difícil de vencer, pero la sabiduría de la anciana era un rayo de esperanza. A partir de ese día, la mujer decidió hablarles a los demás sobre la rana: «No debemos temer a lo que no conocemos. Aprende a convivir con ellos, pues sólo son criaturas que buscan su lugar en el mundo».
Con el tiempo, muchos del pueblo comenzaron a cambiar su forma de pensar. Aprendieron que a pesar de su apariencia, Rina y sus amigas las ranas solo querían vivir en armonía.
Moraleja: No dejemos que el miedo y la ignorancia nos lleven a dañar a quienes no conocemos. A veces, los seres más inofensivos pueden ser los más malinterpretados. La comprensión y la empatía son poderosos antídotos contra el temor.

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