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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- La avalancha de noticias (sucesos) e intentos de noticia («bait«, en jerga) es alucinante. De telón de fondo —no tan al fondo—, la cada vez más precaria situación del cubano «de a pie»: las inmensas y cada vez más numerosas capas sociales que entran en márgenes de pobreza.
Anoche, parece ser, la cosa se calentó en La Habana y en algunas otras ciudades y poblados. La situación electroenergética —que no solo es caótica, sino sin futuro de solución— ha venido a agravar, a nivel del ciudadano, un escenario muy precario de supervivencia.
No lo creo, pero supongamos una correcta administración de la economía. Vamos a teorizar. Supongamos que no han tenido que reconocer, una vez tras otra (con ordenamientos, reordenamientos y ordenamientos del reordenamiento), que no hacen bien la tarea. Vale.
Existe un concepto omitido en el discurso del bloqueo: mantener la beligerancia y la oposición insistente minuto a minuto con el vecino del Norte, sin que se atisben signos de deseos de coexistencia, lógicamente nos mantiene en el rango de enemigo combatiente. Y estamos hablando de un poderosísimo país. No uno cualquiera.
Un país que es un nodo empresarial y de finanzas importantísimo en el mundo. Vietnam (país al que arrasaron y le mataron por las más violentas vías a la población) comprendió —y en mi criterio, sin bajar un ápice su dignidad— que la beligerancia y el mantener sus muertos y su desastre como escenografía eterna de sus relaciones no llevaba a ningún sitio, porque, obviamente, ser beligerante lleva implícito que te respondan de la misma manera. Y la magnitud de esa respuesta es sencillamente insostenible.
Con inteligencia, creatividad (real), ánimo de entendimiento y respeto mutuo se hubieran podido lograr mejores escenarios. En época de Fidel era sostenible el enfrentamiento radical. Sin entrar a analizar otros elementos, tenía imagen, relaciones, respeto a muchos niveles en la arena internacional, atracción, carisma, historia… Era un adversario formidable para darse el lujo de mantener la beligerancia a pesar de las consecuencias.
Hay muchos cambios de aquellos días hasta hoy. Y repito: el Imperio no se va a ir, no va a perecer, no va a cambiar de actitud si no ve señales que lo justifiquen. Y no hablo de «plegarse». Hablo de medir consecuencias y luchar por encontrar soluciones. Desafortunadamente, creo que el momento pasó y la continuidad no fue continuidad realmente. Hoy se sabe: la plaza sitiada está derruida.
La gente va a expresar su desesperación y su frustración, porque nada indica que las cosas vayan a mejorar. Hablamos, a esta hora, de supervivencia. La respuesta a la lógica violencia que generan esos sentimientos es la que me preocupa. No se puede solventar la responsabilidad criminalizando y reprimiendo. Va a depauperarse más la cosa. Si la respuesta es esa, esto va a ser, en algún punto, un río de sangre.