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Por Carlos Cabrera Pérez
El tardocastrismo, además de visceralmente anticubano, es un desgobierno vengativo, que no duda en chivatear a antiguos servidores para congraciarse con Estados Unidos y, al mismo tiempo, pisotear a quienes decidieron alejarse por razones familiares, cansancio o asco ante tanta barbarie, de la que formaron parte hasta antes de ayer.
La administración Trump filtró recientemente que la deportación de un exesbirro de Artemisa fue posible por la información recibida de las autoridades cubanas a las que no importó poner en peligro la vida de su antiguo soldado, que destacó en la represión contra el 11J.
Otros exfuncionario, incluidos jueces, fiscales, militares y cargos del PCC han corrido mejor suerte y se han auto deportado al infierno que ayudaron a construir, cuando creían que Cuba era el futuro y Estados Unidos el pasado, adonde acabaron recalando huyendo de la intemperie que provocan la OFICOLA, los apagones, el hambre y la oscuridad.
Pasado un tiempo, quienes hayan hecho plata en el exilio de terciopelo, emergerán como caciquitos locales con timbiriches a la medida de sus egos y permisibilidad de la casta verde oliva y enguayaberada, que los usará, pero los desprecia y vigila con más ahínco que a la mayoría de los cubanos.
La pasión saturniana de la dictadura más vieja de Occidente no tiene límites, es una pulsión irrefrenable contra todo aquel que ose quebrantar el orden de la granjita. Y esa ira tiene mayores cuotas de ensañamiento con los repatriados forzosos, como los de ahora mismo, y todos esos aventureros del embullo Obama, que pretendieron bailar en casa del trompo expropiador contra legítimos dueños, como para respetar a gusañeros con bolsillo ancho y peor nostalgia. Ese ego de pretender ser el rey en medio de la mierda, solo tiene un final, la hecatombe.
Los teóricos de los 90, incluidos yumas y europeos, apostaron porque cambios económicos provocarían cambios políticos, Marx dixit, con lo fácil que habrían tenido mirar a China y Vietnam. El problema es que -pese a toda la mierda vivida y la que falta- seguirán habiendo gusañeros empeñados en conseguir una visa para un sueño, que implica portarse bien y no armar ruido en el sistema, una vez llegado a playa con abundancia, desconociendo que todo esfuerzo baldío conduce a la melancolía, que siempre es cara porque responde a un empeño absurdo y suicida.
El comunismo de compadre es acérrimo enemigo de la libertad y la riqueza. Creer otra cosa, además de fantasioso, es una perversión delirante que ya han padecido cuatro generaciones cubanas, cada vez más rehenes y empobrecidas.