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Por Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- El tardocastrismo, con su resistencia creativa, ha convertido la vida de la mayoría de los cubanos en un genocidio cotidiano; con la ventaja de la indiferencia del mundo, que casi nunca reacciona ante la brutalidad de la casta verde oliva y enguayaberada.
Ahora mismo, Palestina y Ucrania son los focos que atraen la atención mundial porque cuentan con la ventaja de que una guerra abierta conmueve más que el exterminio a cámara lenta de casi ocho millones de cubanos.
Obligaciones de cualquier estado, como proveer de electricidad y agua potable son quimeras en Cuba, por no hablar de las horas que una persona debe emplear para procurar alimentos, medicinas, y transportarse; sin chance para enjuiciar a los malvados.
El plan es sencillo y brutal: encarcelamiento de opositores y activistas, emigración de población en edad activa para que se convierta en emisoras de remesas en dólares o euros y alimentos y medicinas; mientras que el estado genocida y sus portavoces asalariados pregonan el milagro de la supuesta cooperación y solidaridad ante el continuo empobrecimiento y desigualdad.
La reactivación raulista de la pequeña y mediana propiedad privada ha matado dos pájaros de un tiro: que el estado se desentienda de su misión Oficola y generar un espacio de tolerancia para el enriquecimiento de funcionarios de cualquier rango propicio para lucrar, pero conservando la maquinaria represiva de desmayar a quien se pase de rosca.
El reciente paso del presidente y el primer ministro por el golpeado Guantánamo confirmó la incapacidad manifiesta para detener el general deterioro y su desfachatez para mentir a las víctimas de su política exterminadora; como ese maestro que protegio a 29 niños, sin ayuda estatal.
La estrategia gubernamental interna reeditar el añejo esquema castrista de usar la pobreza como herramienta de control político, pero una vez perdidos los aliados que mantenían el portaaviones antiimperialista, la precariedad pasó de llaga manejable a pandemia y la realidad es sustituida por panfletos y soflamas que no se creen ni quienes las escriben y propagan.
Las redes sociales están saturadas de episodios de la cultura de la pobreza, como esos arremolinamientos de sufridos cubanos en torno a una casa o empresa con luz para recargar sus teléfonos móviles y conectarse a la red más ineficiente y cara del mundo; el traslado de cadáveres en cualquier carromato posible y largos desvelos sin ventiladores y con mosquitos.
La perfidia gubernamental es tan calculada, que una vez pasado el susto del apagón general, ahora la víctima agradece a su victimario, que solo lo prive de luz y agua doce horas diarias, es decir, la mitad del día.
La revolución fue posible en una Cuba próspera e injusta, pero no en un descampado asolado por el general deterioro y vigilado por fuerzas antimotines con renovados medios para masacrar a quienes osen protagonizar una revuelta popular.
El desprecio por los gobernados es la cualidad diferencial de los gobernantes, que mienten delirantemente con la desfachatez de quien se cree intocable e invencible y aún hay cubanos que sostienen que el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez es una buena persona.
Sería oportuno que releyeran a Martí sin maquillaje, cuando advirtió que ser cultos es la mejor manera de ser libres, pero antes habrá que ser bueno y próspero.
Y toda esta tragedia ocurre ante la indiferencia del mundo, especialmente del político, que también tolera la permanencia de Cuba en organismos multilaterales de promoción de los derechos humanos, incluidas la alimentación y la protección del medio ambiente.
La única ventaja que ha tenido el penúltimo colapso energético es que los agentes de influencia y gusañeros se han quedado sin baterías para seguir cabildeando a favor de una vuelta al embullo Obama, antes que Donald Trump vuelva a la Casa Blanca.
Como en todo sainete político, no faltan las ocurrencias sobre un supuesto crédito de 20 mil millones de dólares estadounidenses que concederá México a La Habana; la guayaba tiene un solo problema, que el estado mexicano no ha roto su ventajoso Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, que impide cualquier aventura con los Piratas del Caribe.
La postura mexicana consiste en dar algún salve, pero pedirán reformas en privado y en público, como hizo López Obrador en su última visita a La Habana, donde pidió revolucionar la revolución, pero nadie escuchaba.
Cuba es país de poca memoria y el analfabetismo político ya es plaga, y el encabronamiento generalizado, impide recordar que cuando Fidel Castro agradecía públicamente que México no rompiera con Cuba; como hizo el resto de la región, soslayaba el fastidio porque toda la penetración CIA entraba por la vía azteca; incluso con su protector y amigo Fernando Gutiérrez Barrios, al frente de la Secretaría (ministerio) de Interior.
Cuba es irrelevante geopolíticamente y, tras el portazo al embullo Obama, el mundo olvidó a la isla, pero la isla merece que su suplicio sea conocido y condenado sin paliativos, especialmente por aquellos que consiguieron su democracia o independencia contando con la solidaridad mundial, que se alineo contra sus verdugos.
Al menos, para creyentes quedará el consuelo de este involuntario epitafio de Silvio Rodríguez:
«Te convido a creerme cuando digo futuro
si no crees mi palabra, cree el brillo de un gesto
Cree en mi cuerpo, cree en mis manos que se acaban.
Te convido a creerme cuando digo futuro
si no crees en mis ojos, cree en la angustia de un grito
cree en la tierra, cree en la lluvia, cree en la savia…»