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Por Víctor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- Cuando se te apaga la lámpara recargable a la medianoche y ya no quedan plantas funcionando ni generadores de batería ni inversores… ¿Cómo sabes si está todo oscuro o si te quedaste ciego?
Vives un momento de incertidumbre lacerante. Se te acelera el pulso y las orejas se te ponen hirviendo. Pasas las manos delante de tus ojos y, por supuesto, nada ves. Respiras profundo y tratas de ver alguna luz a través de la ventana, nada ves.
Te sabes hipertenso. Te sientas en la cama. Cierras los ojos. Los abres y nada cambia. Recuerdas que tu teléfono falleció a la hora del cañonazo. Necesitas una prueba de que aún puedes ver, que no vas a tener que hacerte miembro de la ANCI.
Estás desesperado. Escuchas música y te parece sea en el apartamento del segundo piso. Necesitas llegar a la cocina. Te paras y estiras los brazos. Paso a paso sales del cuarto. Algún juguete se parte en dos pero sigues hasta el vano de la puerta de la cocina.
Con cuatro pasos cuidadosos estarás junto a la ventana. Te rompes la cabeza tratando de saber donde dejaste la fosforera. Llegas a la ventana y la música procede del apartamento que creías. Coño, estás ciego realmente o esos berracos tienen todo apagado.
Miras a la izquierda por si alguna lumbre queda en el carbón. Nada. Una lágrima negra rueda en tu mejilla. No la ves pero debe ser negra por el carbón, como los mocos.
Le pides a Dios que interceda y mande a los tipos del Despacho de Carga a poner la corriente. ¿Cuánto podrá costar un bastón de ciego? Suavemente vas moviéndote rumbo a la sala. Abres la puerta y sales al balcón. Posiblemente te hayas quedado ciego pero los bichos no. Te muerden los mosquitos.
Abres la reja. Todo está negro como el ano del lobo. Cuando ya estás casi haciendo pucheros, subes la vista y logras ver la constelación de la Osa Mayor. ¡Qué susto, coño. La madre que los parió!