La Habana.- Se han vuelto muy comunes los videos y publicaciones que cuestionan el voto y el apoyo de algunos cubanos en EE. UU., sobre todo tras el masivo respaldo a Donald Trump. Esto se debe a que, además de proponer políticas de mano dura contra el régimen de La Habana, Trump ha prometido intensificar las medidas para ordenar la migración y lanzar una operación de deportaciones sin precedentes.
La emigración es una experiencia brutal. Dejarlo todo atrás es desgarrador, y empezar desde cero es retador y difícil. Pero lo más peligroso es olvidar porqué se tomó esa decisión.
Si perdemos de vista la causa de nuestra partida, corremos el riesgo de terminar replicando, en menor escala, las mismas dinámicas que destruyeron nuestro país.
Emigrar es un derecho, ya que nadie debe vivir condenado en el país donde nació, si este no le brinda lo mínimo para desarrollarse. Pero hay algo que muchos olvidan: aunque salir de Cuba es un derecho, ser recibido no lo es. Ningún país está obligado a abrir sus puertas a cualquiera.
Un país es como una gran casa: si tocas la puerta y te dejan entrar, lo mínimo que puedes hacer es respetar sus normas, su historia y a quienes ya vivían allí. Pretender llegar sin haber sido admitido y empezar a opinar sobre cómo se deben manejar las cosas desde el primer día es inaceptable. Primero se aprende, se observa y se integra; solo después, habiendo sido aceptado y comprendiendo la realidad del país de acogida, se puede ejercer el derecho al voto con pleno conocimiento de causa.
El problema es que muchos cubanos llegan sin entender esto. Y, en gran medida, no es su culpa. La emigración cubana ha evolucionado con el tiempo. Hace años, quienes lograban salir de Cuba hacia Estados Unidos lo hacían en circunstancias extremas: en balsas precarias, arriesgando la vida en el mar, o tras años de trámites agotadores y un golpe de suerte que les permitía conseguir una visa y el tan ansiado permiso de salida, un derecho que no siempre se reconocía.
La emigración era más reducida, pero estaba marcada por un profundo deseo de huir, por la desesperación de escapar de un sistema insostenible. No necesitaban presenciar tantos abusos ni tanta miseria como la que se observa hoy para decidir largarse.
El cubano que salió hace años, que ha visto la degradación de Cuba desde fuera con más información y menos censura, suele desarrollar un rechazo absoluto a la dictadura; ha podido reconstruir una visión más completa de lo que dejó atrás. Ya no tiene solo la versión que le contaron dentro de Cuba, sino que ha visto pruebas de los abusos, ha escuchado testimonios de víctimas y ha entendido la magnitud de la represión que allá dentro muchas veces se normaliza o se disfraza.
Con el tiempo, ha podido comparar otros países y modelos de gobierno, entendiendo que lo vivido en Cuba no es «normal», sino el resultado de un sistema de control que ha empobrecido y oprimido a generaciones. También ha visto cómo otras naciones han superado regímenes similares y ha entendido que el problema cubano no es una “fatalidad histórica”, sino el resultado de decisiones políticas concretas y nefastas.
Al estar fuera del modo de supervivencia constante, puede analizar la realidad sin las urgencias diarias que nublan el pensamiento crítico dentro de la isla. No es solo que tenga más información, sino que ha vivido momentos de alta tensión política con una visión privilegiada que el de adentro no tuvo.
El 11 de julio es un ejemplo claro: mientras en la isla se captaba solo lo que ocurría en la calle antes de que se cortara el internet, desde el exterior se observó en tiempo real: golpizas, secuestros de manifestantes, disparos y una represión desatada en todas partes. Ese impacto brutal generó indignación y urgencia, movilizando a los emigrados, que realizaron protestas en EE. UU., recogieron firmas y exigieron una respuesta del gobierno de Biden; sin embargo, la reacción fue de total indiferencia.
No solo faltó una respuesta firme, sino que posteriormente se aprobaron concesiones al régimen de La Habana, como si en lugar de castigar la represión se le estuviera premiando. Esa sensación de traición ha sido clave para el rechazo de la comunidad cubana hacia la administración demócrata, y por ello Trump y los republicanos ganaron tanto apoyo, ya que al menos proyectaban una postura más dura contra la dictadura.
Además, el emigrado ha podido ver con claridad lo que pasa en los países aliados del castrismo. Ha visto la represión en China, en Nicaragua, en Venezuela, ha visto cómo todos siguen el mismo patrón, y entiende que no hay “matices” cuando se trata de dictaduras.
El cubano que lleva tiempo fuera tiene ese contexto y ha desarrollado un rechazo visceral a cualquier cosa que huela a comunismo, mientras que el que está dentro, por falta de información o por estar atrapado en la lucha diaria, no siempre llega a esa conclusión.
Esta diferencia de percepción es clave para entender por qué los cubanos en EE.UU. votan cada vez más republicano. No es solo por la cuestión migratoria, sino porque han visto, una y otra vez, cómo las administraciones demócratas han sido blandas con los regímenes autoritarios que los oprimieron. No quieren más diplomacia sin consecuencias, quieren una respuesta contundente ante cualquier nueva crisis en Cuba.
Con los años, las condiciones cambiaron. A partir de 2010, salir de Cuba se volvió más fácil, y los flujos migratorios aumentaron, desde 2021 crecieron exponencialmente. Pero ahora, en 2025, la crisis ha llegado a un punto tan brutal que emigrar ya no es solo una opción de futuro, sino una necesidad de supervivencia.
Con el aumento del flujo migratorio, a partir de la flexibilización de los viajes a EEUU en la era Obama y luego con la crisis actual, los perfiles han cambiado. No se puede decir que todos los que emigran ahora son ingenuos o desinformados, porque entre ellos también han salido gente que entiende su situación, incluso opositores y activistas que sufrieron represión directa. Pero lo cierto es que el volumen de migrantes ha traído una gran cantidad de personas que no necesariamente rechazan la dictadura por su esencia, sino más bien porque ya no les da lo que necesitan para vivir.
Se van quienes siempre quisieron irse, pero también se van hasta los que creen y son parte importante del sistema, los que defendieron a la dictadura o los que simplemente nunca se habían cuestionado demasiado las cosas. Por eso, hoy en día hay tantos emigrados que se comportan como turistas, que parecen no entender por qué la comunidad cubana en el exterior es, en su mayoría, tan tajante con la dictadura, el por qué Miami es un exilio.
Además, la estrategia del régimen ha jugado un papel determinante. La dictadura ha facilitado la emigración para aliviar la presión interna y convirtiendo la economía cubana en una economía de rescate. Con la desaparición de las actividades productivas, la supervivencia de quienes quedan depende casi exclusivamente de las remesas, colocando testaferros en posiciones claves y beneficiándose directamente de la situación. Así, quienes logran emigrar no solo deben adaptarse a un nuevo país, sino que además se ven obligados a ayudar a sostener a los que quedaron, perpetuando un sistema que beneficia a unos pocos y condena a la mayoría.
Antes, cuando los flujos eran más pequeños, la mayoría pasaba por un proceso de toma de conciencia sobre lo que dejaron atrás -si no lo tenías claro ya-, sintiendo vergüenza por lo que vivieron y empatía con los que quedaron atrapados. Ahora, muchos llegan sin siquiera haber procesado lo que es una dictadura o la libertad, solo movidos por el instinto de escapar. No hay una transición mental, sino una traslación del mismo estado de supervivencia, solo que en otro lugar.
Muchos, arrastrados por la crisis, aún no han asimilado completamente la magnitud del sistema que se dejó atrás y, al trasladar en masa su modo de vida, sin el proceso de adaptación necesario, perjudican el esfuerzo colectivo de recordar y luchar contra la dictadura.
El cubano recién salido todavía está en un proceso de adaptación. Muchos siguen con la mentalidad de que el Estado debe garantizarles cosas, o incluso repiten las justificaciones que usaban en Cuba para explicar la crisis.
Su reacción a los abusos de la dictadura no siempre es de indignación, sino muchas veces de resignación o indiferencia. También, en este punto, se junta la desconfianza: No hay que ser un genio para darse cuenta de que muchos de los que han sido activos y frontales contra la dictadura terminan convertidos en meros comerciantes de recargas telefónicas envíos de combos que, al final del día, solo sirven para seguir financiando al régimen.
¿Realmente su lucha era contra la dictadura, o solo contra la pobreza que esta generaba? El exilio es demasiado grande y diverso como para meter a todos en el mismo saco, pero no se puede ignorar que hay quienes, en cuanto se estabilizan, olvidan el origen del problema.
Todo esto ha generado una fractura dentro de la emigración cubana. Antes, la mayoría coincidía en el rechazo al régimen y en la urgencia de que cambiara. Ahora, con una oleada de gente que no ha hecho ese proceso de desintoxicación ideológica, las posturas están más divididas. Algunos incluso siguen repitiendo los discursos del gobierno, o se desentienden por completo, priorizando su comodidad sobre cualquier sentido de justicia o responsabilidad con lo que dejaron atrás.
Antes había un consenso más amplio sobre la necesidad de un cambio radical en Cuba. Ahora, hay una corriente que no busca necesariamente el fin del sistema, sino pequeñas reformas que les permitan una vida más llevadera sin cambiar la estructura de poder. Esto ha sido aprovechado por la propaganda castrista, que ha sabido camuflarse en discursos de «moderación» y «tolerancia», promoviendo la idea de que el problema en Cuba es solo de “errores”, cuando más, mala gestión y no de una dictadura que debe ser erradicada de raíz.
Ahí es donde surgen las fricciones, sobre todo en un contexto electoral como el de EE.UU.
Los cubanos que llevan tiempo fuera, que han visto la represión y la miseria desde otra perspectiva, ven el endurecimiento de políticas como una forma de proteger su propio proceso migratorio y, en muchos casos, de presionar a la dictadura. Mientras que muchos recién llegados solo piensan en cómo les afecta individualmente, sin poder o querer entender el contexto más amplio.
Este punto es crucial porque la división dentro del exilio no solo debilita cualquier esfuerzo por un cambio real en Cuba, sino que también genera resentimientos y distorsiona la perspectiva de muchos. Y se ha llegado a un punto en el que la crítica a la pasividad y la tolerancia se vuelve tan feroz que a veces roza la cacería de brujas, lo cual termina siendo contraproducente.
No se trata de atacar a quien aún no ha despertado del adoctrinamiento o a quien, por comodidad o miedo, no se involucra, sino de crear conciencia sin caer en la misma intolerancia que combatimos. No se trata de atacar a quienes recién comienzan este duro proceso de emigración, sino de recordar que la lucha no es contra las personas, sino contra un sistema que nos ha despojado de nuestra libertad y de nuestro destino. La crítica a la pasividad y a la indiferencia debe servir para educar y concienciar, no para dividir y debilitar la causa común.
El problema es que ni siquiera hay claridad sobre en qué debemos unirnos. Para algunos, el objetivo es acabar con el comunismo; para otros, simplemente lograr mejoras dentro del sistema. Esta falta de un consenso mínimo ha sido explotada magistralmente por la dictadura, que ha sabido dividir al exilio entre “radicales” y “moderados”, desviando la atención del problema central: que el cubano no es dueño de su destino.
La clave debería ser esa: devolverle al cubano la capacidad de decidir sobre su vida, sin imposiciones de ningún tipo. Cualquier sistema que respete esa premisa puede ser válido, siempre que no niegue el derecho de otros a existir. Y aquí es donde el comunismo fracasa completamente: no permite alternativas, solo exige obediencia.
Sin embargo, la gran mayoría de los que pueden votar en EE.UU. ya han tomado su decisión, y su postura es tajante. No quieren un gobierno pusilánime con la dictadura. No quieren ver otro 11 de julio sin consecuencias. No quieren más acercamientos sin exigir cambios reales. Por eso han optado por candidatos que prometen una postura dura contra el régimen cubano y sus aliados.
Por otro lado, hay que considerar que es durísimo arriesgarse a una deportación habiendo dejado todo atrás, habiendo cruzado medio continente escapando del cruel sistema (la revolución y el comunismo) y comenzar de cero, en cero y en una Cuba peor de la que te fuiste. Aunque esta sería una medida de presión muy efectiva, las vidas y el futuro de mucha gente se verían destrozados. Ayudar al cubano a liberase no es empujarlo a un callejón sin salida, sobre todo si ni siquiera entiende por qué está ahí.
El recién llegado merece empatía, claro, pero también tiene la responsabilidad de comprender la realidad de los que dejó atrás y de los que lo reciben. Muchos llegan sin entender que las ayudas que reciben salen del bolsillo de quienes han trabajado años para estabilizarse, y en lugar de integrarse y aportar, replican conductas que recuerdan demasiado al país que dejaron. La depauperación social de Cuba ha sido tan profunda que hay quienes han perdido la capacidad de ver lo que está bien y lo que está mal, y terminan tolerando cosas que en una sociedad sana serían inaceptables.
Ahora bien, buscar un equilibrio entre la tolerancia y la educación al emigrado sobre la realidad del exilio cubano es muy importante, indispensable diría yo, pero esto no significa abrirle la puerta al diálogo con los mismos que han apretado al pueblo cubano hasta la asfixia. Hay una diferencia entre tratar de convencer a alguien confundido y sentarse a negociar con aquellos que han sido verdugos y cómplices de la dictadura. Esos personajes —los represores, los políticos del régimen, los empresarios que han explotado al cubano porque les conviene—no son interlocutores válidos. No lo han sido nunca y no lo serán ahora, cuando están perdiendo poder y buscan desesperadamente aferrarse a cualquier tabla de salvación.
Confiar en ellos en este punto de la historia es un suicidio. Es regalarse al enemigo. Su descaro, su hipocresía y su mala entraña han quedado en evidencia una y otra vez. Y lo más importante: el perdón tiene un límite. Sí, es necesario, pero hay gente que fue demasiado lejos. Hay quienes tuvieron la oportunidad de hacer las cosas bien, de gobernar con decencia, de no reprimir, de no empobrecer al país a conciencia, y no quisieron hacerlo; hay gente que tomó decisiones que destruyeron a Cuba, que traicionó a su propio pueblo una y otra vez. Ellos no merecen segundas oportunidades y si hay justicia en el mundo, esos, cuyo arrepentimiento es improbable e increíble, son los que deben seguir con el barco hasta el final. ¿Por qué confiar en ellos ahora, justo cuando están perdiendo sus últimas fichas?
El exilio cubano no es solo una diáspora más. Es la consecuencia de una catástrofe política, social y económica de más de seis décadas. Y aunque es normal que existan diferencias de opinión, lo que no puede permitirse es la desmemoria, la indiferencia y la tibieza con el enemigo, el verdadero enemigo del pueblo. Porque mientras el comunismo siga en el poder, la historia de Cuba será la misma: generaciones enteras condenadas a vivir fuera de su país, familias rotas, sacrificios interminables y una élite en la isla que sigue viviendo a costa del sufrimiento ajeno.
La clave está en recordar siempre por qué salimos, por qué tuvimos que dejarlo todo atrás. Emigrar es un proceso retador y difícil, y empezar de cero en una tierra ajena no es fácil. Pero lo más peligroso es olvidar. Si perdemos de vista la causa de nuestra huida, terminaremos replicando en el extranjero las mismas dinámicas que destruyeron nuestro país.
En definitiva, dejar Cuba es un acto de desesperación y de valentía, un derecho que se ejerce a la fuerza, pero que no implica ser recibido sin condiciones en otro país. Debemos aprender a unirnos en la búsqueda de una solución que permita al cubano ser dueño de su destino, sin caer en las trampas del adoctrinamiento ni reflejarlo en la dirección contraria. La historia nos lo exige: solo con unidad y con una comprensión profunda de lo que dejamos atrás podremos aspirar a erradicar la dictadura y a construir un futuro digno para todos los cubanos, dentro y fuera de la isla.