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La marcha de los cien mil fantasmas

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Por Oscar Durán

La Habana.- Otra vez la dictadura cubana vendiendo espejismos. Dicen que más de cien mil personas se reunieron este jueves en la Tribuna Antimperialista José Martí para apoyar a Palestina y exigir el “fin del genocidio”. La mentira tiene patas cortas, pero en Cuba lleva botas militares. Ningún cubano en su sano juicio sale a respaldar causas ajenas cuando no tiene arroz, ni luz, ni medicinas para sobrevivir. Esa “marcha multitudinaria” no fue más que otra coreografía de consignas vacías y asistencia obligada.

Miguel Díaz-Canel, Manuel Marrero y toda su corte de burócratas se aparecieron en la Tribuna como si fueran los apóstoles de la solidaridad. Canel sonreía para las cámaras, Marrero tuiteaba su “apoyo inquebrantable” al pueblo palestino, y detrás de ellos un ejército de funcionarios fingía entusiasmo. Ni una palabra, claro, sobre los presos políticos, ni sobre las madres que lloran a sus hijos en el exilio, ni sobre los ancianos que mueren haciendo colas interminables para comprar un paquete de pan. En Cuba, la solidaridad siempre es exportable, nunca interna.

Lo cierto es que los palestinos no necesitan el apoyo de un régimen que no respeta ni los derechos de su propio pueblo. Si alguien debería recibir apoyo son los cubanos, los que aguantan apagones de 15 horas, los que se lanzan al mar en balsas hechas con cámaras de camión, los que son encarcelados por decir “Patria y Vida”. Pero la dictadura necesita su dosis de espectáculo internacional, su foto para los noticieros de Teherán, su discurso antiimperialista para justificar la miseria.

Hablar de genocidio ajeno cuando el país entero se muere de hambre es una ironía criminal. Ninguno de esos cien mil —que en realidad fueron los mismos trabajadores estatales obligados a asistir bajo amenaza de descuento salarial— marchó por los niños cubanos sin medicamentos, por los jóvenes sin futuro o por los campesinos sin combustible. Marcharon, como siempre, por miedo. Porque en Cuba el miedo es el único incentivo que aún moviliza multitudes.

Si de verdad existiera una marcha espontánea en La Habana, sería para exigir libertad, no para repetir el guion de una causa ajena. La dictadura se ha vuelto maestra en disfrazar la represión de entusiasmo patriótico. Hoy fue Palestina; mañana será lo que convenga. Lo que no cambia es el telón de fondo: un país en ruinas, gobernado por un grupo de cínicos que prefiere ondear banderas extranjeras antes que escuchar el grito desesperado de su propio pueblo.

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