La Habana.- Lo típico sería invitar a café, conversar en voz alta con la carcajada abierta y abierta también la botella que guardábamos para una ocasión especial. Luego servir congrí y romper unos tostones fritos con grasita de puerco y un pedazo de carne asada, «aunque sea un ñisquito, pero tienes que probarla pues quedó de rechupete», y picar tamales que pican y no pican, como los de Olga, y luego otro café que si no el almuerzo no está completo.
Lo normal sería escuchar música, quitarse los zapatos y bailar mientras esperas para entrar al dominó que ruge en la mesita bullanguera donde se suelta la gorda y se guarda el doble blanco.
¿Y la discusión por ver quién paga? ¡Ah , cubano cará! ¡Cómo te gusta pagar y regalar de corazón, para que todos se sientan bien!.
Y coge esto para el niño… y mira estos zapaticos que todavía dan un plante y te pueden servir aunque sea para andar en la casa. Y coge esto y llévate aquello… y la javita creciendo a reventar de esas ternuras que se le dan al amigo, al familiar que nos visita. Y no se vayan, tiramos un colchón en el piso o no dormimos y ya.
Lo típico, lo normal… no existe.
La magia nuestra de cada día tiene pan sin harina y días sin pan; el dinero no es real, el trabajo es lucha, el transporte es maratón sudoroso, el pasado es teque, el presente es dolor y el futuro ¿será?

La palabra es silencio, la dama no lo es, el caballero menos.
Los delincuentes andan sueltos en la calle, los hombres valientes están presos, la orden está dada y la disculpa brilla por su ausencia.
El podio se llena de cubanos… las medallas no regresan a Cuba.
Cuba imprime billetes y aumenta la inflación mientras el ¡Azúcar! se queda en la moneda, que debió acuñarse en esta isla y tintinear alegre en los bolsillos y conciertos, pero dejamos partir a la mulata, ese invento sandunguero que levanta olas de aplausos… a Celia, a Melissa y remata la rabia y la nostalgia.

Lo único real es el calor, este eterno verano insoportable que hierve hasta la mejor idea que te pueda pasar por el cerebro.
Este verano lo prometido es deuda, la deuda es impagable y la confianza es nula.
La respuesta rápida es un palazo y la cordura es un invento que deseas no haber tenido nunca.
Lo típico sería invitar a café y no esconder las palabras tras el miedo y usar las manos para trabajar y abrazarnos y no para contar los que se marchan o quieren hacerlo.
Y poner música y quitarte los zapatos mientras esperas para entrar al dominó, pospuesto otra vez por el apagón de mierda que nos deja a oscuras y con la peor data perdedora entre las manos.
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