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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- No sé en qué mundo viven los que le piden al gobierno cubano una “apertura económica” como si se tratara de abrir una ventana para ventilar una habitación que huele a encierro. Es como pedirle a un tiburón que se haga vegetariano mientras tienes la pierna sangrando en el agua.
La solución no es que el régimen permita, con la magnanimidad de un zar concediendo un favor, que circule un poco más el dinero, que entren algunos dólares más a cambio de que nada cambie donde debe cambiar.
Es un discurso cansino, repetido hasta la náusea, que ignora que el problema no es la forma en que se administra la jaula, sino la jaula misma. Mientras, el gobierno congela las cuentas de las empresas extranjeras, les impide sacar su dinero, y actúa como el niño que, ante un berrinche, recoge sus juguetes y dice que si no juega a lo que él quiere, nadie juega. Así no se construye un país, así se hunde un parque temático.
Dicen que es pragmatismo, yo digo que es un espejismo. La “apertura” en boca de los apologistas del régimen, o de aquellos que creen que se puede reformar lo que está podrido desde los cimientos, es solo un maquillaje para un cadáver. Es como ponerle aire acondicionado a un coche fúnebre: el viaje será más fresco, pero el destino es el mismo.
Congelar el dinero de quienes han apostado, con una fe que ahora les debe saber a hiel, por la isla, no es más que la prueba definitiva. El sistema no quiere socios, quiere súbditos. No quiere inversión, quiere limosna condicionada. Y hay quien, con una infantilidad que da pena, pide que se les deje jugar un poco más con su propio dinero, como si el carcelero fuera a volverse benévolo por arte de magia.
La incoherencia es tan vasta como el malecón. Por un lado, se pide confianza a los inversores, y por el otro, se les expropia, se les congela, se les pone una valla tras otra. Es la lógica del campamento: aquí mandamos nosotros, y lo que es tuyo puede dejar de serlo en un instante si no nos place lo que haces o dices.
Pedir apertura económica a este gobierno es como pedirle a un incendio que sea más selectivo con lo que quema. El fuego no entiende de matices, solo de combustible. Y el comunismo cubano no entiende de economía de mercado, solo de control, de poder, de miedo. Es su naturaleza. No es un error de aplicación, es el diseño original funcionando a la perfección.
Hay una falta de tino, una ceguera voluntaria, en creer que los mismos que han llevado a Cuba a la ruina material y espiritual son los llamados a sacarla de allí con pequeños ajustes técnicos. Es como confiar en un pirómano para apagar el fuego que él mismo empezó, siempre que se le permita usar su propia gasolina.
La congelación de cuentas es solo el último capítulo de una historia larga y triste: la de un país secuestrado por una ideología que ya no existe ni en los museos, y por una clase dirigente que solo sabe hacer una cosa: perpetuarse en el poder, aunque para ello tenga que congelar, reprimir, y mentir hasta congelar el futuro de una nación entera.
La verdadera apertura que Cuba necesita no es económica. Es una apertura de cabeza, de corazón, de sistema. Es el fin del comunismo. Lo demás son parches en un muerto. Mientras haya un partido único, una prensa única, una verdad única, no habrá apertura que valga.
Habrá, como mucho, un nuevo disfraz para la misma miseria. Congelar el dinero de las empresas es la confirmación de que el régimen prefiere el control absoluto a la prosperidad relativa. Prefiere un país pobre, pero suyo, a un país próspero y libre. Y eso, los que piden pequeñas reformas, o no lo entienden o no quieren entenderlo.
Así que no, no le pidan peras al olmo. No le pidan apertura económica a quien cree que la economía es un apéndice de su comité central. La solución para Cuba no pasa por que el gobierno descongele unas cuentas, sino por que el pueblo cubano descongele su futuro. Y ese futuro, lo sabemos todos, no tiene nada que ver con el comunismo, sino con su desaparición.
Lo demás es seguir jugando al mismo juego, con las mismas piezas rotas, en un tablero donde solo una mano mueve todo. Hasta que eso no cambie, todo lo demás será ruido. Ruido y tristeza. Como un malecón sin música, solo con el sonido de las olas chocando contra una orilla que ya no soporta más promesas vacías.