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La Fórmula Trump: La fuerza donde la diplomacia falla

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Por Albert Fonse ()

Ottawa.- El reciente acuerdo de paz entre Israel y Gaza es un hecho histórico, impulsado directamente por la influencia y la estrategia de Donald Trump. Después de décadas de conflictos que parecían eternos, el hecho de que tantas naciones con religiones, culturas y visiones políticas tan distintas se unieran para apoyar un mismo pacto no es poca cosa.

Es un logro que, más allá de la política, demuestra que incluso las guerras más enraizadas pueden encontrar salida cuando existe una fuerza de poder real detrás.

En Medio Oriente, donde los conflictos se sostienen no solo por diferencias ideológicas sino también por intereses económicos, petroleros y tecnológicos, alcanzar una tregua de esta magnitud parecía imposible. Sin embargo, como dijo el propio Trump, este acuerdo no fue producto de la diplomacia débil ni del lenguaje de las promesas vacías, sino del poder militar y de la determinación.

Cuando se compara esta hazaña con la situación de América Latina, el contraste es evidente. En nuestra región, los conflictos no son guerras entre potencias, sino dictaduras agónicas sostenidas por represión y miseria. Países como Nicaragua, Venezuela y Cuba no tienen el respaldo financiero ni militar que hace falta para sostener una confrontación seria. Están quebrados, sin recursos y sin aliados dispuestos a sacrificarse por ellos.

Firmaron acuerdos militares con Rusia o montaron fábricas de fusiles, pero eso no les da garantías de supervivencia. Basta mirar la historia reciente: ni siquiera Siria, con su puerto estratégico y la presencia directa de Rusia, pudo evitar la ruina y el desmoronamiento de su régimen. En Irán, cuando fue atacado por Israel y Estados Unidos, su poderío militar y su tecnología de drones no sirvieron de nada.

América Latina es diferente

Si Trump, bajo la influencia estratégica de figuras como Marco Rubio, decidiera emplear la misma determinación militar que aplicó para imponer la paz en Medio Oriente, pero enfocada en liberar a los pueblos oprimidos de América Latina, el resultado sería muy distinto al de las misiones diplomáticas que nunca cambiaron nada. Estos regímenes no resistirían un conflicto prolongado, ni tienen estructura ni respaldo para hacerlo.

Mientras en Medio Oriente las guerras se alimentan del dinero y los intereses globales, en el continente americano lo único que sostiene a las dictaduras es el miedo interno.

Por eso hace falta que los barcos militares que hoy patrullan el Caribe no sean solo una señal de advertencia, sino el primer movimiento de algo más grande. La región no necesita discursos ni visitas diplomáticas, necesita acciones concretas.

Con estas dictaduras no hay nada de qué hablar, porque no son gobiernos: son aparatos de control y miseria que viven del dolor de sus pueblos.

Si el mundo libre quiere realmente expandir la paz, debe hacerlo donde hay silencio forzado, presos políticos y hambre. Trump ya demostró que la fuerza puede imponer orden donde la diplomacia fracasó; aplicar ese principio en América Latina sería no solo una estrategia política, sino un acto de justicia histórica.

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