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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- La visita de la relatora especial de la ONU, Alena Douhan, a Cuba, lejos de ser una misión imparcial, se ha revelado como un ejercicio de blanqueamiento premeditado de una de las dictaduras más longevas del hemisferio.
Con una agenda cuidadosamente coreografiada por sus anfitriones, la señora Douhan ha desempeñado a la perfección el papel de útil idiota, absolviendo al régimen de sus seis décadas de fracaso económico y represión sistemática. Su diagnóstico, previsible y alienado con la narrativa oficial, es un insulto a la inteligencia y una bofetada al pueblo cubano.
La relatora insiste en presentar el «bloqueo» como el único y gran villano de esta tragedia, exculpando así a una gerontocracia militar que ha convertido una isla con un potencial inmenso en una cárcel a cielo abierto.
¿De verdad no vio nada más? ¿No fue capaz de percibir que la miseria, los apagones interminables, la falta de medicamentos y el colapso de las infraestructuras son el resultado directo de un modelo político-económico diseñado para el control, no para la prosperidad? Su informe omite convenientemente esta verdad incómoda.
Uno se pregunta qué itinerario siguió la señora Douhan. ¿No vio acaso cómo, en medio de la ruina generalizada, se alzan imponentes nuevos hoteles de lujo, operados por las empresas castrenses, con todos los recursos garantizados? ¿Pasó con los ojos vendados por delante de las tiendas en MLC, repletas de productos importados—muchos de ellos desde los Estados Unidos—a los que la mayoría de los cubanos no pueden acceder? Esa economía apartheid, que segrega a la población por el tipo de moneda que posee, parece haber escapado a su análisis.
Tampoco pareció reparar en la obscena dualidad de las calles habaneras, donde los autos modernos, importados sin obstáculos por la élite gobernante y sus testaferros, circulan junto a ciudadanos haciendo colas interminables por un pedazo de pan. ¿No le mostraron las mansiones de Miramar o Siboney, donde la nomenklatura castrista vive en una opulencia insultante, lejos del hacinamiento y la precariedad que sufren los cubanos de a pie? Su ceguera selectiva es, cuanto menos, sospechosa.
Queda claro que la misión no era ver la realidad en su complejidad, sino encubrirla. Al reducir toda la crisis multidimensional de Cuba a un único factor externo, la relatora no solo blanquea la incompetencia y la crueldad del régimen, sino que le proporciona un certificado de impunidad ante la comunidad internacional. Su labor no ha sido la de una investigadora, sino la de una portavoz no oficial del gobierno que la invitó.
Mientras millones de cubanos sobreviven entre el apagón, el hambre y la desesperanza, la ONU permite que una de sus relatoras especiales sea instrumentalizada para lavarle la cara a la dictadura. Es una traición a los principios de la propia organización y, lo que es peor, una burla cruel a un pueblo que lleva más de sesenta años