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La Estrategia del Tímido

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Por Laritza Camacho ()

La Habana.- Nadie sabe lo que el hombre tiene en su cabeza. El hombre individual es un misterio; el hombre masa, una película de terror.

Tantas caretas reflejan una verdad a medias, tenebrosa, que asusta.

Tenía yo tres perros. Ottoprin llegó primero, luego se sumó la tierna Dinka y después nació Tongolele, bella y asustadiza. Verlos juntos era un show.

La vecina de los altos les tiraba comida. Todos los días y a la misma hora, pedacitos de carne y cosas ricas que ellos esperaban sin fallar.

Ottoprin saltaba poderoso y cogía el primero; Dinka se quedaba por los alrededores de la improvisada piñata a ver si algo se caía por fuera.

Tonguito daba carreritas inexplicables desde el patio hasta el cuarto sin coger nada en el fiestón. Entonces yo le quitaba algo a Ottoprin y se lo daba a Tonguito, tratando de impartir justicia. Al final, cada cual iba a sus asuntos y Tongolele se echaba tranquila junto a la pata de la cama.

Un día la descubro comiendo en el lugar y, cuando fui a ver, encontré un montón gigante de las ricuras que tiraba la vecina.

Tonguito tenía su propia manera. Comía de mi mano justiciera y, a la vez, sin hacerse notar mucho ni buscarse problemas con Dinka y Ottoprin, se llevaba la mejor parte a su refugio para disfrutarlo luego, cuando hubiera bajado la marea.

El ser humano se parece mucho a mis tres perros.

Primero faltó Ottoprin y, curiosamente, Dinka lo sustituyó de manera magistral en todos sus roles. Luego sucedió lo mismo con Tongolele.

El que no cazaba, comenzó a cazar; el que no cuidaba, comenzó a cuidar; y el tímido se abrió como flor…

A veces pienso en mis tres perritos satos de aquel tiempo… Estaban protegidos; sin embargo, cualquier momento cotidiano podía convertirse en una guerra.

En el hombre pienso más, tratando de descubrir sus misterios…

¿Cómo mantener el silencio mientras delante de ti joden a los otros, sabiendo que a la larga o a la corta también te van a joder?

Hay que tener alma de Tongolele para comer siempre con miedo.

Por suerte, cada cual tiene su momento para florecer… creo.

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