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Por René Fidel González ()

Santiago de Cuba.- Es difícil obviar la importancia que la autoestima política tiene a la hora de explicarnos y asumir las contradicciones que se enfrentan en Cuba.

Generaciones de cubanos que no entienden la política como forma de producción de acciones relevantes para la transformación de su realidad, fueron educados para creerla inaccesible, excepcional y por eso destinada a unos pocos, o sucia, fundamentalmente corrupta e inherente a la mentira y la deshonestidad; la apreciaron y consideraron también como un ruta de movilidad social y de acceso a bienes y servicios, de disfrute de privilegios; o como cadenas de mando y obediencia a otros, a sus caprichos y voluntad, en la que la autonomía, la iniciativa o la autodeterminación y la opinión distinta a la de alguna autoridad, regularmente era la opaca causa del fracaso y la segregación; no pocos tuvieron fuertes evidencias de que mediocres, simuladores, arribistas y oportunistas – no necesariamente incapaces – fueron seleccionados para ejercerla, mientras altruistas, sensibles y verdaderamente motivados por crear condiciones de posibilidad para la solución de numerosos problemas sociales y económicos o que hacían propuestas conectadas con el sentido común, el pensamiento crítico y nuevos paradigmas de desarrollo, eran eliminados y descartados.

El fin de la política como bien público

Confundida con la participación en distintas tareas o causas que lograron movilizar a la población a través de los años, la política se consagró, a medida que se ritualizaban sus manifestaciones públicas, en puestas en escenas y liturgias.

Sea como sea, la política dejó de ser un bien público, de dominio popular, enajenada y privatizada, al menos en sus funciones principales, por los actores y las instituciones del poder.

Contradictoriamente, el ejercicio del poder lo fue en Cuba cada vez más sin los recursos de la política; el poder la consideraba, al menos en el ámbito interno, dificultosa, exigente y desafiante, poco productiva y realmente no decisiva y eficaz en las cuestiones y momentos más importantes o críticos, a lo que confiaba el ejercicio de la autoridad y de ser necesario, lo arbitrario, despótico y punitivo.

La totalidad de sus actores habían sido parte de una educación y experiencias de vida, al igual que el resto de los ciudadanos, en que la política era devaluaba.

La cercanía y el ejercicio del poder podía confundirse con autoestima política, pero era escasamente aquella débil, elusiva, que proveía el poder.

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