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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- En cualquier sociedad, el poder corrompe. Es difícil que un alto ejecutivo de un Estado cualquiera no transite caminos en los que, de alguna manera, se corrompa. El solo hecho de recibir atención de empresas —nacionales o extranjeras—, de sectores sociales o de mandatarios… convierte su desempeño en un surtidor de dádivas. Poder llama poder.
Y en todas las sociedades, los mecanismos son proclives para el florecimiento de la corrupción. Y no lo pienso discutir con nadie. El hecho de ejercer un cargo público con un poder muy grande lleva inevitablemente a eso de «una mano lava la otra y las dos…».
Pensar que alguien es inmune es no conocer la naturaleza humana.
Pero sucede que en nuestro país, del 59 hasta la fecha, el lenguaje es de austeridad, de sacrificio, de igualdad y más: de radicalismo, y «todas las manos, todas…». Y, para colmo, hay un partido por encima del Estado y de la Constitución. Tiene un poder inaudito y una decisión incontestable.
Pueden seguir enjuiciando a Gil; el cardumen es rico para que jamás se detengan las vistas judiciales. Solo que ahí llegan los que, por alguna razón fortuita —en este caso, una doña que «cantó» en EE. UU.: «estas son las moneditas que ha mandado el rey de Gila»—, hacen imposible hacer la vista gorda.
La traición es triple: al sustentado discurso de austeridad y sacrificio del cual han sido voceros, al Estado y a los pares que pudieran llegar a ese banquillo y saben que hay motivos.