Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Cuando el chikungunya comenzó a recorrer los barrios de Cuba, silencioso como un fantasma con fiebre, el gobierno respondió con el mismo instrumento que usa para todo: el silencio burocrático. Mientras en Matanzas y algunos municipios habaneros la gente se enfermaba, el régimen miraba para otro lado, ocupado en montar el escenario de su propia competencia. No era necesario escuchar las quejas de la población —esa masa molesta que insiste en vivir— cuando se tiene el monopolio de la verdad. Lo de entonces no fue desinterés, fue desprecio.
Hoy, cuando la epidemia ya tiene nombre propio y ha reconfigurado el mapa epidemiológico de la isla, el mismo gobierno que hizo oídos sordos durante meses convoca urgentes reuniones con «expertos y científicos». De pronto, descubren que los niños son vulnerables, que el mosquito pica, que la fiebre existe. Díaz-Canel aparece «priorizando acciones preventivas» como un general que llega cuando la batalla ya está perdida. Este despliegue teatral no es gestión: es la confesión tardía de una negligencia calculada.
Las «acciones para el cuidado de la población pediátrica» que hoy presumen suenan a manual leído con retraso. Hablan de «visión más completa del comportamiento de la enfermedad» cuando los cubanos llevan meses diagnosticándose a pulso, sin medicamentos, sin respuestas. Recomiendan estar «alertas ante signos de alarma» en un país donde la mayor alarma es la incompetencia estatal. Esta súbita preocupación por los neonatos y las gestantes huele a oportunismo, no a política sanitaria.
Mientras el doctor Raúl Guinovart anuncia pomposos modelos matemáticos y picos epidemiológicos, en los barrios la realidad es más simple: basura acumulada, fumigaciones inexistentes, consultorios médicos desabastecidos. El «refuerzo de las medidas de control antivectorial» del que hablan es el mismo que falló estrepitosamente cuando podía haber prevenido esta crisis. No es falta de inteligencia, es ausencia de voluntad.
Este corre corre final no es más que el pánico de un régimen que ve cómo se le escapa el control del relato. La misma maquinaria que ignoró el grito de la sociedad civil ahora se viste de salvadora, esperando que los cubanos olviden los meses de abandono. Pero el dolor de cuerpo no se olvida, la fiebre que sacude a un niño no se perdona con discursos. El chikungunya no es solo un virus: es el síntoma de un sistema podrido.
Al final, la verdadera epidemia no es el chikungunya, sino la impunidad con que este gobierno juega con la salud de los cubanos. Hoy se reúnen, hablan, se fotografían con batas blancas. Mañana volverán a ignorar la próxima crisis, porque su prioridad nunca ha sido el pueblo, sino la perpetuación de su propio poder. Cuando esto pase, quedará el recuerdo amargo de que mientras la gente sufría, ellos solo movieron ficha cuando el jaque mate era inevitable.