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LA CASA DE TIRRY 81

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Por Gretell Lobelle ()
Matanzas.- La casa de Tirry 81, de esas casas típicas de Pueblo Nuevo, en Matanzas, era un espacio mágico. Con su puerta que daba a la acera de la calzada, su techo de madera y tejas y el puntal alto, albergaba un mundo singular. Allí reinaba Carilda, una mujer que irradiaba luz y sabiduría.
Al cruzar el umbral, te recibía un zaguán, a la izquierda quedaba una pequeña sala de estar, el sitio para las tertulias. Roberto Valero, poeta de alma noble y palabras halagadoras, era uno de sus habituales. La casa siempre estaba llena de gatos que Carilda llamaba con «nombres elegantes», como decía mi madre. Los gatos eran parte de la tertulia, subían encima de los visitantes y se acomodaban como en el mejor de los sitios.
Las horas se deslizaban entre lecturas, palabras e intercambio de poemas. Carilda jugaba con el tiempo, lo hacía suyo. No era una mujer hacendosa, su pasión era la palabra, conjugarla, vivir de ella.
La Fundación Jorge Guillén rinde tributo a la poesía erótica de Carilda  Oliver | Castilla y León | elmundo.esMi madre, que no ve el mundo con mis ojos, me contaba de Carilda, con cariño y admiración, marcando esa parte que rompe con todo rol asignado a una ama de casa. Yo, sin embargo, me quedaba con la imagen de una mujer llena de luz, una mujer que iluminaba todo a su alrededor.
Una tarde, Carilda llevaba un vestido de georgette, de cuello, con un cinturón que ceñía el talle, de color arena y estampado en flores de orquídea. Roberto, al verla, exclamó: «¡Qué hermosa y elegante está usted!». Carilda respondió con una sonrisa y un aleteo de pestañas de sus grandes ojos verdes azulados. Esa mujer sabía responder, beber una palabra de hombre. Ese día, además de Carilda y Roberto, estaban María Eugenia, Miguel (un escritor exiliado como Roberto), y mi madre.
Carilda se quedó en Cuba. Nunca se fue. Debió ser duro el desamparo y la soledad de familia, la carga de romper con los estereotipos y cánones de la época. Pero ella se quedó en Matanzas, un pueblo. Mi madre me contaba que el cuarto de su padre estaba intacto, un testimonio de su vida.
En aquellos años vivía con Hugo, su esposo, un hombre «retirado», quizá militar o de la seguridad, no lo tengo muy claro. Dicen que Hugo no estaba del todo bien, que había sufrido un golpe en la cabeza durante una práctica de combate de artes marciales. Hugo vivía en su mundo y la dejaba ser.
Aquella tarde, Carilda les leyó «El Discurso de Eva», uno de sus poemas más transgresores, desgarrador y certero. Un poema que hablaba del hombre, del mar, del río de su Matanzas, del amor en todas sus formas, de la vida.
Carilda cargó con muchas ausencias. Vivió hasta el 29 de agosto del 2018. Me cuentan que perdió la memoria y que su final fue doloroso, pero prefiero pensar que se sumergió en un mundo de pájaros y flores, de mar y puentes, un mundo de amor. Así como vivió, quiero pensar que así dejó este mundo.
Carilda, la mujer de la casa de Tirry 81, una mujer que ilumina la memoria de todos los que la conocieron, una mujer que eligió vivir la vida con pasión y poesía.

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