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Por Oscar Durán

Río Cauto.- Otra vez la dictadura apela a su show mediático para disfrazar la tragedia. El oriente cubano acaba de ser arrasado: techos volaron, familias lo perdieron todo, los cultivos quedaron bajo el agua y las carreteras parecen zonas de guerra. Pero, en lugar de mostrar la magnitud del desastre, los medios oficialistas inundaron las redes con fotos de dirigentes cargando niños y abrazando ancianos, una muestra de un poder que se quedó sin alma, ni vergüenza.

Lo más repugnante de esta puesta en escena es que la dictadura intenta vender humanidad donde solo hay propaganda. Esas imágenes de funcionarios con botas nuevas y uniformes verde olivo no reflejan solidaridad, sino cálculo político. Mientras ellos se retratan frente a una cámara, miles de cubanos duermen sobre escombros, sin agua potable, ni electricidad. El Estado que se jacta de ser “humanitario” es el mismo que dejó al país sin infraestructura, sin combustible y sin esperanza. No hay ciclón más destructivo que el propio régimen.

Lo verdaderamente humano habría sido prevenir el desastre, no posar entre las ruinas. Pero para eso se necesita planificación, inversión y decencia, tres cosas que en Cuba se extinguieron junto a la credibilidad del gobierno. A falta de resultados, el castrismo improvisa sentimentalismo. Si pudieran, harían una telenovela con Díaz-Canel rescatando un gato en medio del huracán, mientras al fondo el país entero se desmorona. El mensaje es claro: no importa cuántos muertos o damnificados haya, lo que interesa es mantener viva la imagen del “Estado salvador”.

No se trata solo del cinismo, sino del insulto. El pueblo cubano no necesita dirigentes que carguen niños para la foto, sino gobernantes que carguen con su responsabilidad. El oriente lleva años olvidado, empobrecido, marginado. Ahora, cuando el agua lo sepulta todo, aparecen los mismos burócratas con la sonrisa ensayada y un discurso de “resistencia y unidad”. Es una bofetada para quienes lo han perdido todo, una burla para los que aún esperan un techo o una comida caliente.

Al final, el huracán Melissa no destruyó nada que la dictadura no hubiera destruido antes. Solo vino a dejar al descubierto lo que el poder esconde: un país derrumbado, sostenido por fotos falsas y discursos huecos. Y aunque intenten vender compasión, ya nadie les cree.

El cubano de a pie sabe que detrás de cada niño que un dirigente carga para la cámara, hay miles más abandonados a su suerte. Ese es el verdadero rostro del socialismo tropical: una tragedia maquillada con ternura fingida.

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