
LA CAÍDA DEL RÉGIMEN SIRIO, UN EJEMPLO PARA CUBA
Por Max Astudillo ()
La Habana.- El hasta ahora mandatario sirio Bashar Assad abandonó Damasco, presumiblemente con destino a Rusia, que lo protegió durante la mayor parte de su estancia en el poder, para ponerle fin a una dictadura de más de medio siglo, entre el tiempo que estuvo al mando él y también su padre, Háfez Assad.
Por casi 54 años los Assad gobernaron en Siria e hicieron y deshicieron a su antojo, pero en los últimos años el último dictador perdió poder e influencia, una condición que se debilitó aún más con los conflictos en Ucrania, Gaza y el Líbano, a los cuales sus protectores, Rusia e Irán, destinaron muchos recursos, olvidando a Siria.
Con la llegada de milicias islamistas a la capital, encabezadas por Abu Muhammad Jolani, Bashar Assad no se puso al frente de sus tropas y entregó su vida. Nada de eso: solo hizo lo mismo que han hecho la mayoría de los dictadores a la hora de la verdad: tomó un avión y abandonó Damasco.
En la aeronave se llevó una parte de la fortuna que amasó durante su estancia en el poder, a su familia y a muy pocos de los colaboradores más cercanos. Las propiedades se quedaron allí y muchas de ellas fueron objeto de saqueos desde horas de la madrugada de este domingo, cuando los rumores sobre su huida corrieron como la pólvora en la urbe.
Hablando en buen cubano, Assad dejó quemados a sus tropas, a su policía y a aquellos que lo siguieron incondicionalmente durante años. Esos, posiblemente, tengan que enfrentar las represalias de los ganadores, tal como hicieron hace algunos años cuando el Estado Islámico tomó varias ciudades del país y masacró a comunidades cristianas y de otras creencias.
Aunque Abu Muhammad Jolani ya dejó claro que sería tolerante con los que profesen creencias diferentes al islam, una cosa es lo que se dice y otra muy distinta puede ser lo que se haga, a pesar de los llamados internacionales a la concordia y a que prevalezca la armonía y no el odio en el futuro gobierno.
El caso sirio puede dejar algunos ejemplos para la Cuba castrista. El primero de ellos es que las dictaduras no son eternas, por más que tengan el respaldo de potencias poderosas. Eso está clarísimo, aunque la condición de Cuba -lo de ser una isla, aislada de todos- sin la posibilidad de que los cubanos que sueñan con la libertad puedan armarse y combatir al régimen, los pone en desventaja.
Al mismo tiempo, deja claro que los tiranos, cuando ven que su pellejo corre riesgo, escapan. Se van y se llevan con ellos la parte de su fortuna en dinero y a sus familiares más cercanos. El resto queda abandonado a su suerte, porque no hay aviones para todos, ni tampoco lugares que quieran recibir a los colaboradores del régimen saliente, por muy amigos que aparentaran ser.
También queda claro que esos que son usados como tropas de choque, como gendarmes para reprimir y someter, tampoco entran en la ecuación de salida y no tienen más opción que pelear hasta el final, morir, o enfrentar a los tribunales que instaurará el nuevo gobierno. Luego, pagarán sus culpas, muchas veces con largas condenas.
Cuba no es Siria. Ya lo hemos dejado claro. Por las fronteras sirias entraba armamento de cualquier tipo, hombres armados, adiestradores que, incluso, hacían su trabajo dentro del país con el único objetivo de ganarle al gobierno una guerra, que apenas duró una semana antes de expulsar al sátrapa.
Ahora viene la parte difícil y aunque nadie sabe cómo será el futuro, es de esperar que prime el sentido común y el país esté mejor, a pesar de que Israel no dejará de golpear al país -de hecho hoy lo hizo- porque tan enemigos del gobierno de Israel eran los que estaban como los que llegan.
Eso sí, quedó claro que los regímenes se tumban, que las dictaduras no son eternas, ni así tengan todo el apoyo del mundo, recursos petroleros incontables o muchos soldados y policías para defenderlos.
A los cubanos, cada vez que cae una dictadura, nos debe dar pena. Ahora mismo somos la segunda dictadura más antigua del mundo, tras la de Corea del Norte, y uno de los países con la población más empobrecida, con un por ciento grande exiliado y otra parte en busca de hacerlo, en tanto el gobierno sigue incólume, haciendo y deshaciendo a su antojo.
Los Castro y sus más cercanos colaboradores -entre ellos el presidente nominado y su familia- se dan la buena vida, y el pueblo muere de hambre. Unos se la pasan en fiestas, sin escasez de ningún tipo y otros sobreviven, sin electricidad, sin comida ni medicinas.
¿No nos parece que ha llegado el momento de terminar de una vez con el comunismo en Cuba? Estoy listo para acudir a cualquier llamado. Para salir a la calle y no volver más, hasta tanto no quede un Castro con capacidad para decidir, o un Díaz-Canel fingiendo ser presidente.
¡Es la hora de Cuba, y la hora de los cubanos dignos!