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Por Víctor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- En estos momentos estamos siendo invadidos por tierra y aire por la 69 División Aerotransportada. Desde las 18 horas comenzaron los ataques con la incursión de grupos élites de jejenes. En ese primer ataque fuimos sorprendidos y sufrimos los embates.
Nuestra milicia se movilizó a través de un toque continuo a un hierro que tenemos amarrado en el balcón. De inmediato, un vecino preocupado me recomendó usara otro tipo de alarma que fuera A Viva Voz, como está en los manuales, para evitar confusiones por el sonido.
En mi condición de Jefe de Milicia, formé a mis milicianos para informarles de la situación y darles las primeras órdenes.
De forma organizada salimos a cerrar puertas y ventanas para evitar se extendiera la infiltración del enemigo. Las trampas en forma de malla están deteniendo a los mosquitos (aviones cazas) pero no a los jejenes (drones kamikazes).
El ataque es despiadado y pasamos a abrir la puerta del patio de servicio para bombardearlos con el humo del carbón. Caen algunos drones pero, por la picazón y el ardor en la piel, podemos inferir que están violando nuestras defensas antiaéreas.
Llamo a las tropas y les hablo fuerte para elevar la moral combativa. Algunos están desmoralizados ya de tanta picazón y piden abandonar la casa. Les explico que eso sería considerada Alta Traición y serían aplicadas las penas más severas, consistentes en tres temas de Reparto que guardo para situaciones límites. Todos juran lealtad y que lucharán hasta la última gota de sangre que nos dejen los jejenes.
El ataque se acrecienta y se asoma la derrota. Un soldado se brinda para una misión suicida: salir a buscar un arma de extermini0 contra los ocupantes. Todos lo abrazamos y lo cubrimos con camisas de manga larga y gorras. Se presigna y sale.
Quince minutos después regresa, colorado e inflamado pero habiendo cumplido su misión. Llegó con dos cartones de huevo (sin huevo, por supuesto). La tropa distribuyó el armamento por toda la casa y procedió al ataque. Los trozos de cartón (también conocido por File) fueron encendidos y en pocos segundos la casa se llenó de humo.
A los jejenes les faltaba el aire, a nosotros también. Tosían insistentemente, nosotros también. Lloraban del ardor en los ojos, nosotros también. Poco a poco empezaron a huir y a caer, nosotros aguantamos. La peste se apoderó del lugar. Ahora se siente la calma aunque todos estornudamos y olemos a bombero en incendio forestal. Volvemos a reunirnos y entre pasaditas de mano por la piel, estornudos y menciones a las progenitoras de algunos, juramos defendernos con valor y repetimos alto y claro: NO PASARÁN.