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Por Luis Alberto Ramirez ()
Miami.- El solo hecho de pedir amnistía y protección para él y un centenar de sus más cercanos allegados y colaboradores revela, sin margen para la duda, que Nicolás Maduro es un delincuente internacional. Ningún gobernante inocente, ningún dirigente con un mínimo de dignidad o transparencia, necesita blindarse de antemano frente a la justicia. Solo lo hace quien sabe que tiene cuentas pendientes, crímenes por los que responder y un patrimonio amasado a costa del sufrimiento de un país entero.
El líder del régimen venezolano, arrinconado por la presión interna y externa, pretende asegurarse una salida dorada exigiendo protección para un círculo de cien personas. Pero esta cifra plantea inevitablemente una pregunta: ¿Son solo cien los responsables del desastre en el que han sumido a Venezuela?
La respuesta es evidente para cualquiera que conozca mínimamente la estructura del poder chavista: no. Son miles los funcionarios implicados en la destrucción de la institucionalidad, en la corrupción rampante, en la represión, en el saqueo del Estado, en el colapso de la economía y en el éxodo más grande en la historia reciente del continente.
Desde ministros hasta militares, desde testaferros hasta operadores financieros, desde gobernadores hasta dirigentes locales: la maquinaria del desastre es mucho más grande que un centenar de nombres. Entonces, ¿por qué Maduro exige amnistía solo para cien? Porque es capaz de regalar el pellejo de cualquiera con tal de salvar el suyo.
El cálculo es tan frío como cínico: resguardar apenas a los imprescindibles, a los que conocen sus secretos más comprometedores, a los que podrían hundirlo si quedaran fuera del pacto. Para el resto, los que también fueron parte del engranaje represivo y corrupto, pero no figuran en su lista… solo les queda la incertidumbre. Maduro demuestra así que no existe lealtad alguna en el chavismo, que las alianzas internas están basadas en el miedo, la conveniencia y la protección mutua entre quienes se saben culpables.
El mensaje es brutal: “Yo salvo a los míos, los que me sirven; el resto que se jodan.” Si la solicitud de amnistía evidencia algo, es que Maduro reconoce implícitamente sus crímenes. Reconoce que ha llevado a Venezuela al abismo. Reconoce que no tiene cómo justificarse. Y reconoce, además, que está dispuesto a negociar todo, incluso el futuro de quienes lo acompañaron en su ascenso, con tal de conservar el botín que le ha robado al pueblo venezolano.
Pero ningún papel firmado, ninguna negociación política, ningún pacto de última hora borrará los años de destrucción, violencia, corrupción y miseria. La justicia tardará, pero llega, y la historia ya lo tiene colocado en el lugar donde pertenecen los tiranos: en la vitrina oscura de los que sacrifican a su país para salvarse a sí mismos. Maduro es un ocupa que le ha robado el Palacio de Miraflores al pueblo venezolano y tiene que devolverlo sí o sí.