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LA ABERRACIÓN DEL ESTATISMO

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Por Manuel García Verdecia

La Habana.- Más de una vez he expuesto mi convicción de que la centralización estatista es una aberración que llevó al desastre a muchos países, fundamentalmente a los antiguos países socialistas del este. La estatización sustituye la propiedad privada por el monopolio de la burocracia estatal y, aunque se diga que los medios de producción pertenecen al pueblo, no resulta así en la práctica pues los ciudadanos no tienen capacidad de decisión sobre qué hacer ni para qué emplear los mismos, de modo que cada burócrata al frente de una empresa o ministerio deviene una suerte de dueño en usufructo mientras dure en el cargo.
Además los ciudadanos no tienen posibilidad de elegir a esos directivos, por tanto es mucho menor el peso que pueden tener en la determinación de las decisiones de estos.
Se suma a ello que el Estado, al asumir cada vez más control de los distintos aspectos de la vida socio-económica de un país, crece considerablemente de modo numérico, lo cual genera no solo una clase improductiva sino una que piensa por y para sí misma aunque lo haga a nombre del pueblo pues no asumirán acciones que contradigan sus intereses.
No obstante, sigue siendo una minoría funcionarial que rige los destinos de la mayoría, aun en contra de los intereses de esta, lo cual convierte al Estado en una estructura disfuncional.
Una sociedad es un cuantioso grupo de individuos heterogéneo en cualidades y aspiraciones. Por ello, para que haya una sociedad sana y realmente dispuesta a socializar debe encontrarse el modo de que, sin eliminar el emprendimiento individual que es el sentido de cada vida, los individuos tengan vías de elegir, decidir y gobernar, mediante el respeto y la cooperación que posibilita la concertación. Es a esto lo que se llama democracia, el tener medios para que todos puedan expresar y conformar sus modos de vida propios. Si no hay diálogo ni consenso en todas las cuestiones esenciales de la vida en común, no habrá socialización real.
El Estado entonces sería un organismo pequeño responsabilizado con hacer viable eficazmente lo que la sociedad de individuos necesita y anhela, obligado en todo momento a rendir cuenta de sus actos. No es el pueblo el que debe responder al Estado, sino el Estado al pueblo para mostrar su efectividad en cumplir el mandato que se le confía.
No es fortuito que Marx planteara que para llegar al socialismo debía desaparecer el Estado y la sociedad asumir su auto-dirección.
Ahora, un colega recuerda por Facebook ciertos pensamientos del destacado intelectual argentino Mario Bunge, muy estudiado en Cuba. Con una cita suya quiero concluir esta reflexión:
«El régimen sedicente comunista falló por no ser auténticamente socialista: porque, lejos de socializar la economía, la política y la cultura, las estatizó y, a su vez, sometió el Estado a la dictadura del partido. Una vez más: no puede haber socialismo auténtico, o sea, igualdad, allí donde el poder económico, político y cultural están concentrados en manos de una pequeña minoría.»

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