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Por Miguel Hernández Méndez ()
Atlanta.- La emoción marcó la ceremonia de la 44 edición de los Premios Princesa de Asturias especialmente cuando Joan Manuel Serrat, uno de los galardonados, acompañado de un violín, ha interpretado «Aquellas pequeñas cosas», una de sus canciones icónicas del album «Mediterráneo».
En el Teatro Campoamor, de Oviedo, estaban su mujer, sus hijas, y amigos como Ana Belén y Víctor Manuel. Y me hizo recordar cuando hace 50 años lo entrevisté en el estadio del Cerro. Era la primera vez que el catalán asistía a un partido de béisbol.
El cantante, retirado de los escenarios desde 2022, recibió la mayor ovación del atardecer. “Prefiero los caminos a las fronteras, la razón a la fuerza y el instinto a la urbanidad. Soy un animal social y racional que necesita del hombre más allá de la tribu. Creo en la tolerancia. Creo en el respeto al derecho ajeno y el diálogo como la única manera de resolver los asuntos justamente. Creo en la libertad, la justicia y la democracia. Valores que van de la mano o no lo son”, dijo en sus palabras de agradecimiento.
Serrat y los demás condecorados, me hicieron también rememorar la vez que tuve el privilegio de reportar para la prensa cubana y mexicana, en octubre de 2005, los 25 años de aquella ceremonia que entonces eran los Premios Príncipe de Asturias. En esa ocasión fue una gran fiesta local animada por un mar de gaitas y gentes en las calles celebrando el Premio de los Deportes para su ídolo, el piloto de automovilismo, Fernando Alonso.
Este 25 de octubre había más poesía en la velada: la escritora rumana Ana Blandiana, Premio de las Letras de quien la joven Princesa de Asturias dijo «no ha dejado de plantar cara a los totalitarismos con su poesía limpia, clara y depurada», así como «con su activismo en la defensa de los derechos humanos y de la democracia»
Blandiana, enfrentada a la dictadura de Ceausescu, reinvindicó el poder de la poesía para «construir otra realidad en la que podemos salvarnos». Sobreviviente a un exilio interior, Blandiana, hija de «un enemigo del pueblo», contó que en las cárceles comunistas de Rumanía, en los años cincuenta y sesenta se produjo «una auténtica resistencia a través de la poesía».
Los versos eran la vía de escape a la detención física: «A falta de lápiz y papel, que estaban prohibidos, todo poema necesitaba para su existencia de tres personas: la que lo componía, la que lo memorizaba y la que lo transmitía a través del alfabeto morse». En estas precarias circunstancias se compusieron miles de poemas que volaron de las rejas.
En sus libros de memorias, los presos políticos describen, como un ritual sagrado, la transmisión de los nuevos poemas, si había traslados de una prisión a otra. «Una verdadera sinfonía de resistencia espiritual, un intento de convertir el misterio de la poesía en un arma de defensa contra la locura».
«La historia nos alerta de los graves riesgos de la polarización, de la negación del otro por sus convicciones o creencias; porque piensa, reza o vota distinto», dijo Felipe VI al cerrar el acto antes de que se escuchara, como siempre, el himno «Asturias, Patria Querida» cuya letra se considera la hizo el músico cubano Ignacio Piñeiro para homenajear a su padre que era asturiano.