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Isabel la Católica: la madre olvidada de América

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Por Albert Fonse ()

Durante siglos, la figura de Cristóbal Colón ha concentrado toda la atención, como si él solo hubiese dado origen a América. Sin embargo, detrás del navegante estuvo Isabel la Católica, la reina que tomó la decisión, asumió el riesgo y cambió el rumbo de la historia. Sin ella, no habría existido el viaje de 1492. Mucho menos la civilización hispánica que surgió después.

Isabel no fue una simple patrocinadora. Fue el cerebro político y espiritual de una empresa que dio origen a un continente unido por la lengua, el derecho, la fe y una visión del mundo basada en el orden, la dignidad humana y el conocimiento. Mientras Colón cruzaba el océano, Isabel proyectaba una civilización. Donde antes había tribus dispersas, rituales sangrientos y lenguas incomunicadas, ella sembró la semilla de ciudades, universidades, escuelas, hospitales, iglesias y leyes.

La dictadura cubana ha hecho todo lo posible por borrar esa raíz. No es casualidad. Reconocer a Isabel es aceptar que lo mejor de nuestra cultura, de nuestra identidad y hasta de nuestro idioma tiene una raíz hispánica y cristiana. Por eso el régimen no enseña esta parte de la historia. Solo impone una narrativa mutilada, donde Europa es el enemigo, la religión es opresión y todo lo anterior a 1959 debe ser olvidado o ridiculizado.

Reescritura de la historia desde la izquierda

Nos arrebataron el orgullo de saber de dónde venimos. Reescribieron la historia para moldear una masa obediente, sin memoria y sin referencias. Pero negar nuestra herencia solo nos condena al retroceso. La Cuba de hoy, hundida en miseria, ignorancia y ruinas, se parece más a las selvas de antes del descubrimiento que a la civilización que Isabel soñó. La revolución prometió crear “el hombre nuevo” y terminó devolviendo al pueblo al hambre, al tribalismo ideológico y al oscurantismo.

Mientras tanto, la izquierda internacional exige a Europa que pida perdón, como si traer la Cruz, el idioma y el conocimiento hubiera sido un crimen. Se victimizan, destruyen monumentos, tergiversan el pasado. Pero nadie se atreve a decir lo evidente: sin ese legado estaríamos aún atrapados en la barbarie. Casi ningún pueblo indígena construyó universidades, ni desarrolló el concepto de derechos individuales, ni defendió la dignidad de la persona como lo hizo la civilización cristiana.

Isabel no necesita disculparse. Somos nosotros quienes deberíamos disculparnos por haberla olvidado. Por haber permitido que su nombre se borre de los libros, que su obra se ridiculice, y que su visión de América como una tierra de fe, unidad y cultura quede sepultada bajo la ignorancia y la ideología.

Recuperar su figura no es nostalgia: es justicia. Y es también el primer paso para recuperar el rumbo como pueblo. Porque solo quien sabe de dónde viene, sabe a dónde debe ir.

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