Enter your email address below and subscribe to our newsletter

HISTORIAS DE LA PRISIÓN POLÍTICA EN CUBA

Comparte esta noticia

Por Idelisa Diasniurka Salcedo Verdecia ()

Miami.- Cuando estaba en la prisión para mujeres Campamentos Ceiba 4, en el año 2013,  la directora, llamada Alicia Falcón, -si tú, mujer maldita y mala- me sacó del hospital de San Antonio de los Baños, donde me pusieron a trabajar de limpieza, nada más y nada menos porque las personas me reconocían y me llevaban merienda.

Un día de mi cumpleaños, entre la jefa la sala y los demás trabajadores sin que nadie supiera, me prepararon dulces. Y me cantaron felicidades, pero yo, siempre pensando en las muchachas que estaban conmigo en el campamento, pedí llevarme todo los dulces que quedaron para compartirlo con ellas.

No hay ninguna descripción de la foto disponible.

Alicia Falcón, la directora de la prisión.

Iba muy feliz, pero al llegar en el camión la directora me estaba esperando. Alicia, esa flaca malvada, me quitó todos los dulces y me dijo que ya yo no saldría más a trabajar fuera. Al otro día me llamó y me dijo: «te pondré a cocer en el primer piso, junto con otra reclusa», que se llamaba Eva.

Ahí teníamos que coser todo el tiempo, hasta de noche. Era abusivo, sin descanso, pero un día pensé: «Coño, estoy a unos 12 kilómetros de mi casa y no poder darle un besito y un abrazo a mi hijo de buenas noche».

Eso se me quedó dando vueltas en la cabeza y decidí que, después del recuento, me escaparía a darle un beso a mi hijo y regresaría. Así llegó el gran día, pasó el recuento y yo me lancé por el sótano, corrí y me metí en la finca colindante que estaba sembrada de maíz, y tratando de no hacer ruido cruce el campo y busqué la carretera. De momento, veo una luz, y pensé en el catamarán de la prisión (un carro grande donde mueven a los presos) y me tiré a la cuneta.

Caí en un espinero, pero no me vieron, y emprendí mi camino a mi casa, a 12 kilómetros. A veces corría, era un gran peligro (porque todo) era monte y monte, pero valía la pena. Al llegar a la casa, abro la primera reja pero la segunda no podía, pero logro abrir la ventana del baño que daba a la puerta del cuarto de mi niño y lanzó un zapato, y digo «aaah, y si no hay nadie, dios…». Bueno, lancé el segundo y pienso que tal vez tengo que virar descalza.

En eso mi esposo despierta y me mira tratando de entrar por la ventana: «¿¡Mujer, que haces aquí?!

-No pelees. Vine a darle un beso a mi hijo.

Me abrió, fui para el cuarto y me comí a besos a mi hijo. Durante una hora estuve ahí. Cuando él despertó, me repetía «mamá, mamá», y yo no podía decir nada. Solo le decía: «Bebé, solo abrázame», y el tan feliz me decía: «No te vayas».

No comí. no me bañé. solo besé y abracé a mi hijo muchas veces. Luego mi esposo me adelantó en bicicleta y logré entrar. Estando presa también burlé a la dictadura y le di besos a mi hijo, a escondidas, pero se los dí. Y esos besos y abrazos nadie me los quitará nunca.

Luego, durante varios días, sufrí los dolores de las espinas en mi cuerpo, que me las saqué poco a poco, pues no podía decirle a nadie, y mucho menos a mi esposo para que no peleara. Hoy recuerdo esto y lloro.

Hasta hoy esto era un secreto de mi esposo, mi hijo, mi Dios y yo. A mi hijo le pido disculpas por haber sufrido tan pequeño, y las gracias por hacer silencio y decirme que siente orgullo de mí.  Lo escribo hoy porque considero que son cosas que debemos contar para que imaginen lo que se sufre estando en prisión.

Nada, querer es poder, y por esto y mucho más, los hijos de los presos también son míos, y debieran ser de todos.

Deja un comentario